Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
Como sabemos, una buena parte del desarrollo de la semiótica de base o estándar se debió al establecimiento del postulado según el cual “la narratividad es el principio organizador de todo discurso”. Se trata de una narratividad generalizada a cualquier discurso, pertenezca o no a lo que comúnmente se llama género narrativo, opuesto a otros no-narrativos. Sin embargo, narrativizar el mundo no quiere decir, solamente, encontrar relatos en todas las manifestaciones de la cultura como un pilar de la comunicación humana, que es lo que han hecho otras ciencias del lenguaje y, entre ellas, la semiótica. Más bien, el concepto de narratividad remite a los descubrimientos de la antropología y a los estudios literarios sobre el folclore, en cuanto a la existencia de organizaciones profundas y abstractas que daban soporte a los relatos y a todo discurso narrativo, e implica postular que el sentido de tales relatos se generaba en esos niveles no figurativos, llamados hoy figurales. Se concibió así una sintaxis narrativa gestada por enunciados mínimos, esquemas, programas y recorridos narrativos susceptibles de construir, finalmente, una sintagmática discursiva. A partir de ahí, el postulado se extendió al discurso en general, entendido como un todo de significación, en el que la narratividad constituye su condición de posibilidad.
Pero más allá de que la narratividad se extendiera a “todo discurso”, entendido éste en su sentido tradicional apegado al lenguaje (sea verbal o no-verbal), y en la medida en que el concepto discurso —como otros, el de texto, por ejemplo— se generalizó para comprender toda puesta en marcha de un sistema significante, la narratividad alcanzó un alto grado de abstracción y la condición de axioma en la teoría semiótica.
Ahora bien, esta teoría, concebida como un proceso siempre en construcción gracias a la inherente actividad meta-semiótica que la anima, se permite poner en tela de juicio aun sus axiomas. Haciendo honor al espíritu científico de Greimas —quien fue el primero en cuestionar la narratividad o, mejor dicho, en considerarla agotada en su rendimiento exitoso para avanzar sobre otras problemáticas que apremiaban a la semiótica— podemos preguntarnos cuál es el valor de ese principio y qué relación tiene con otros que han sostenido el edificio semiótico. Nos parece, por demás, interesante traer la narratividad a la reflexión compleja de nuestros días, después de que la semiótica se ha diversificado en muchas corrientes internas y ha conocido avances teóricos innovadores e inesperados.
Nuestro propósito al convocar a una reconsideración de la narratividad en este volumen de homenaje a Greimas ha sido examinar en todo su alcance este principio de la teoría, desde sus orígenes histórico-epistemológicos, pasando por el gran desarrollo, no sólo del que gozó, sino también por el que dio lugar a la proyección de la semiótica como una posible metodología para las ciencias sociales, hasta la semiótica contemporánea, la cual está llamada tanto a consolidar su propia identidad disciplinaria como a dar respuestas a las distintas formas que la significación ha ido adquiriendo en los últimos tiempos.
No es posible reseñar aquí con exhaustividad la multiplicidad de fuentes que debieron de haberse conjugado en la mente de Greimas para concebir el principio de narratividad. Como ha documentado Thomas Broden (2015), en “Algirdas Julius Greimas: educación, convicciones, carrera” —una suerte de biografía intelectual publicada en el número 34 de Tópicos—, la formación del lingüista lituano se nutrió de tantos y tan diversos saberes (lógica clásica, derecho, filosofía, literatura, antropología, historia de las religiones, entre muchos otros) que es difícil determinar la aportación precisa de cada uno de ellos. Aunque, desde luego, su pensamiento se forjó sobre todo en el alba de la lingüística, cuyos principales baluartes los encontró en Saussure, Hjelmslev, Brøndal y Trubetzkoy, por mencionar algunos.
En la entrada “Narratividad” de Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje (1982 [1979]), se reconocen como sus antecedentes más inmediatos las meticulosas y eruditas investigaciones sobre el mito realizadas por dos grandes autores: Claude Lévi-Strauss y Georges Dumézil. A partir de ellas, Greimas emprendió un trabajo de formalización siguiendo la lógica del análisis fonológico, esto es, analizando conjuntos de trazos distintivos. Pensaba que si tal método funcionaba en mitología, también podría hacerlo en otros ámbitos discursivos, es decir, en los discursos no narrativos en sentido canónico. Sin embargo, la referencia más evidente es el análisis pionero sobre el cuento popular ruso de Vladimir Propp. Lo que Greimas advierte en todos estos estudios es la presencia de “organizaciones más abstractas y más profundas” (1982: 273 [1979]) que sustentan la significación de los relatos.
El afán de Propp por encontrar las leyes que gobiernan la estructura de los cuentos populares es muy semejante al que impulsó a la semiótica en el estudio del discurso. Sin duda, Morfología del cuento (Propp, 1971 [1928]) debió de inspirar a Greimas, porque en esa obra se expresa ya un punto de vista formal —Propp toma el modelo de la morfología, que Goethe pedía que fuera legitimada como “ciencia particular”— y porque se propone un método de investigación basado en el estudio de los elementos primarios o, para usar un término caro a la semiótica, constitutivos, esto es, los valores constantes. Esos valores que no cambian, descubre Propp, son las funciones de los personajes. Por función, el lingüista ruso entiende “la acción de un personaje definida desde el punto de vista de su significación en el desarrollo de la intriga” (1971: 33 [1928]). Así, después del análisis pormenorizado de un corpus de una centena de cuentos, Propp identifica 31 funciones.
Greimas buscará en esas 31 funciones los “principios lógicos de disposición” (1982: 275 [1979]); plantea entonces, primero, tres pares de categorías: Sujeto / Objeto, Destinador / Destinatario y Adyuvante / Oponente, que conforman el modelo actancial expuesto en Semántica estructural (Greimas, 1971 [1966]). Posteriormente, estas categorías se reducirán a tres actantes: Sujeto, Destinador y Objeto. En el concepto de actante se trasluce la lectura de Lucien Tesnière, así como la de la combinatoria de funciones dramáticas de Étienne Souriau.
Las acciones de los personajes se articularán en el conocido Programa narrativo. De esta manera, Greimas encuentra que en todo relato existe un esquema narrativo canónico, el cual constituye “una especie de marco formal en el que se inscribe ‘el sentido de la vida’ con sus tres instancias esenciales” (1982: 275 [1979]): la calificación, la realización y la sanción. Visto a la distancia, Greimas no se equivocaba cuando preveía que este esquema narrativo era un “modelo ideológico de referencia” que estimularía por largo tiempo “cualquier reflexión de la narratividad” (1982: 278 [1979]), puesto que este modelo ha mostrado su potencia y eficacia para estudiar el discurso narrativo.
Hay que reconocer que dicho modelo también probó su eficacia en otros dominios, pues ha servido de herramienta metodológica para distintas disciplinas del ámbito de las ciencias sociales: la antropología, la historia o la sociología, terrenos donde el propio Greimas incursionó. Por ejemplo, las estructuras narrativas del discurso de la historia fueron objeto de la reflexión greimasiana. De los fundamentos teóricos para una aproximación semiótica de este tipo de discurso se ocupa, en el volumen que estamos presentando, Enrique Ballón Aguirre. En “El algoritmo narrativo de la historia”, el autor revisa, de manera pormenorizada, dos textos de Greimas dedicados a investigar el fenómeno histórico. La postulación de los distintos niveles discursivos permite advertir distintas dimensiones en el discurso histórico: una, de superficie, que enlaza micro-sucesos en diversos niveles, y otra, fundamental, donde se sitúan las organizaciones y transformaciones estructurales de los fenómenos. Entre ambas dimensiones, se conjetura una tercera dimensión intermedia, instancia de decisión de los criterios ideológicos de selección de los acontecimientos históricos. En la elaboración de estas dimensiones se detiene Ballón Aguirre hacia el final de su trabajo para mostrar, en un breve pasaje de discurso histórico, cómo opera el análisis semiótico en el cual incorpora categorías de la lingüística interpretativa.
Por su parte, César González Ochoa, en “Pensamiento narrativo y acción”, explora la narratividad a través de un concepto íntimamente vinculado a ésta: la acción. El autor se centra en el ámbito de la sociología, donde observa la relación entre acción y sentido. Se interesa especialmente en autores clave como Max Weber, Hannah Arendt, Jerome Bruner, W. J. Mitchell, Howard Gardner y Pierre Francastel, en cuyas propuestas se irá vislumbrando que la acción es una condición para la producción del sentido, dado que los procedimientos sociales y la interacción social, en general, cobran forma narrativamente.
Esta atención que otras disciplinas han puesto sobre la narratividad, evidencia la agudeza que Greimas tempranamente tuvo para advertir esa matriz generadora de los discursos.
La adopción de la narratividad como un principio fundamental de organización discursiva ha mostrado, a lo largo de los distintos momentos de la reflexión semiótica (la semiótica estándar, la semiótica de las pasiones y la semiótica tensiva), su eficacia para explicar las variadas formas de articulación del sentido.
Cuando recién iniciaba la constitución de la teoría de base de la semiótica, cuyos fundamentos quedaron plasmados en Semántica estructural (Greimas, 1971 [1966]) y en los trabajos reunidos bajo el título En torno al sentido (Greimas, 1973 [1970]), la narratividad jugó un papel relevante. Así, en Semántica estructural, apoyándose en algunos conceptos elementales provenientes de Saussure y de Hjelmslev (tales como significante, significado, diferencia, jerarquía, etc.) y en ciertas elecciones epistemológicas (la fenomenología de Merleau-Ponty, el destierro del referente tal como lo concebían los semantistas “realistas”) Greimas emprende la ingente tarea de construir un modelo de generación de la significación a partir de una estructura elemental de relaciones sémicas (representada mediante el cuadrado semiótico) que conforman el nivel más profundo, general y abstracto del modelo. Sobre este germen de significación compuesto de relaciones lógico-semánticas se constituye un nivel intermedio de carácter antropomorfo y narrativo (representado, en parte, por el modelo actancial) que da lugar a un tercer nivel, el de las estructuras discursivas, en las que se pone de manifiesto la actividad enunciativa.
Ese nivel intermedio de las estructuras semio-narrativas alcanzó, tanto en el terreno teórico como analítico, tal desarrollo y consolidación que hizo que la semiótica comenzara a verse como una metodología de análisis para los más diversos tipos de discursos, sobre todo verbales, pero también no-verbales o sincréticos. El meollo narrativo de este nivel de análisis (la relación sujeto / objeto de valor) se asienta en el “energetismo de los actantes”, en esa fuerza que los anima y que los acerca a la formulación energética freudiana: el deseo constituye al sujeto al investir de valor algo que se vuelve entonces objeto para ese sujeto. Esta articulación mínima, este pequeño drama, sostiene el andamiaje teórico y metodológico de las estructuras semio-narrativas que se despliegan en esquemas, programas y recorridos.
El pasaje de la consideración de las funciones proppianas y su transformación en términos de enunciado narrativo mínimo como base de la sintaxis narrativa es desarrollado, en este volumen, por Diana Luz Pessoa, en su artículo “La narratividad en semiótica”. La autora también va más allá: tomando como eje de su reflexión la narratividad, realiza una rigurosa síntesis de toda la teoría y, al mismo tiempo que muestra las transformaciones conceptuales, indica puntualmente los textos de Greimas en los que puede seguirse el hilo de sus argumentaciones. Esta visión totalizadora permite observar el lugar de la narratividad en la economía general de una teoría en constante revisión y, al mismo tiempo, considerar las sucesivas expansiones de la semiótica sobre nuevos ámbitos, lo cual pone de manifiesto la potencia del principio de narratividad.
Como menciona la propia autora, a partir del enunciado narrativo mínimo, la teoría se vuelve más compleja y la sintaxis narrativa se expande en una jerarquía que integra los programas en recorridos y estos últimos en esquemas. Y además, se diversifica también por la recursividad (utilización, por ejemplo, de un programa dentro de otro) y por el desdoblamiento (por ejemplo, recorrido del sujeto y del anti-sujeto).
Tomando como punto de partida esta complejidad y el esquema narrativo canónico de la búsqueda, en su trabajo titulado “El cliente imposible (historia de un resentimiento)”, Óscar Quezada Macchiavello realiza un minucioso análisis del cuento de Julio Ramón Ribeyro, “Los merengues”: la segmentación del texto en secuencias, el programa del sujeto y el contraprograma del oponente en sus dimensiones pragmática y cognitiva, la relación conflictiva, el contrato, la prueba, etcétera, son todos aspectos de la sintaxis narrativa de base que el autor retoma articulándolos con el esquema pasional de la cólera, y muestra, así, tanto la vigencia del esquema narrativo como la presencia concomitante del esquema pasional.
En el mismo ámbito de observación, la narración literaria, desarrolla su reflexión Danuta Teresa Mozejko en su artículo titulado “Usos de los esquemas narrativos como opciones significativas de un agente”. Mediante una propuesta que articula semiótica y sociología, se analizan los programas narrativos que organizan la historia en la novela Ciencias morales, de Martín Kohan. La autora considera que el esquema narrativo canónico se aprecia incluso a través de sus variaciones en modos singulares de narrar acontecimientos históricos traumáticos, como lo ha sido la dictadura argentina de los años 1976-1983.
A través de estos dos últimos trabajos mencionados, se puede observar la consolidación que adquirió el modelo de las estructuras semio-narrativas y su eficacia, sobre todo, en el análisis de relatos literarios.
Pero es necesario también realizar otra observación: al mismo tiempo que el desarrollo teórico y los análisis de este nivel intermedio manifiesto en los textos marcaron un momento de auge del modelo, esa misma expansión de la teoría dio lugar a un equívoco que condujo a reducir el sentido del término narrativo a la acepción genérica (en el sentido de un tipo de texto) del término. De aquí la necesidad de volver sobre la narratividad como principio para recuperar y reconsiderar su valor heurístico y su capacidad generadora de nuevos desarrollos.
Desligar la narratividad de lo que habitualmente se entiende por narrativo implica, por una parte, señalar dos niveles de abstracción y, por otra, hacer surgir oposiciones distintas. Así, la narratividad se aloja en ese nivel prefigurativo constituido por las estructuras semio-narrativas, mientras que lo narrativo es una categoría genérica que corresponde a las estructuras discursivas. Por otra parte, la narratividad, en tanto germen de la significación, se opone a la ausencia de significación, mientras que lo narrativo, en tanto género discursivo, se opone a otros géneros posibles.
Es en este sentido que se puede afirmar que el principio de narratividad posee un valor heurístico y es capaz de generar nuevas expansiones de la teoría. Así, en Semiótica de las pasiones, Greimas y Fontanille (1994 [1991]), como se verá más adelante, han vuelto sobre los fundamentos del recorrido generativo de la significación para pensar las condiciones previas al universo de la acción, en el marco de las cuales el mundo se presenta como continuo, hecho de modulaciones, de variaciones de intensidad (más que de discontinuidades), donde el sujeto aparece, en proceso de constitución, en tanto sensibilidad afectada por tales oscilaciones. En ese espacio de fuerzas en tensión y de posiciones también la narratividad tiene un lugar, pues se perfila un esbozo de estructura conflictual. El texto de Óscar Quezada que integra este volumen, al que hemos aludido ya, muestra que el campo de las pasiones abierto por Greimas a la reflexión semiótica, lejos de invalidar los planteamientos iniciales sobre la narratividad, ha permitido reconsiderarlos e integrarlos en el ámbito expandido de una semiótica que recupera hoy su base fenomenológica.
Otra de las vertientes de estas proyecciones de la narratividad la encontramos en la obra de Eric Landowski, quien introduce, junto a la relación de junción, la de unión, para dar cuenta de otras formas de interacción regidas por la co-presencia sensible de los participantes. Sustentándose en estos aportes, el trabajo que aquí presenta Yvana Fechine, titulado “Cultura participativa y narratividad: enfoque sociosemiótico de la transmediación”, toma como objeto de observación y análisis los textos transmediáticos y muestra cómo el modelo narrativo de la semiótica greimasiana puede contribuir a explicar diferentes regímenes de interacción posibilitados por las nuevas tecnologías digitales. La autora realiza una adecuación de tales regímenes, y postula, para el caso de los textos transmediáticos, distintos tipos homologables con aquellos previstos por la sociosemiótica. El trabajo pone en evidencia los alcances del principio de narratividad como organizador de tipos de textos, o más bien, de hipertextos, asentados en los más diversos soportes.
Si en los primeros momentos de consolidación de la disciplina, en la semiótica estándar se concibió un actante sujeto que se definía únicamente por su hacer y la transformación que éste producía, en la llamada semiótica de las pasiones se buscó, por un lado, establecer las condiciones de posibilidad de la transformación (la potencialidad del hacer) y considerar un sujeto operador anterior a todo discernimiento y más bien impulsado por una timia o fuerza que lo llevaría al acto, dimensión en la que se verían implicadas las modalidades. Por otro lado, dentro de esta misma línea, se propuso entender que los sujetos de acción, aquellos encargados justamente de la transformación, partían no sólo de un estado —un estado de cosas— sino de estados de ánimo. Así, una semiótica centrada en la acción y una semiótica centrada en las pasiones, no serían más que las consideraciones de dos dimensiones del mismo problema de significación.
Para la semiótica tensiva, encargada de establecer las precondiciones de la significación, la narratividad es más bien un referente de discusión constante. Así, en Tensión y significación (Fontanille y Zilberberg, 2004 [1998]), las diferentes entradas son confrontadas con la semiótica estándar, por ejemplo, el “devenir” es ahí considerado como un término neutro entre el ser y el hacer, como una “instancia enunciante […] que controla las transformaciones referidas a la presencia en su intensidad y extensión” (2004: 147). El proceder es el mismo en la semiótica tensiva de C. Zilberberg y el término de narratividad se hace implícito bajo conceptos como objeto de valor, esquema, etcétera. Sin embargo, este autor opta por guardar distancia y “poner a prueba” el esquema narrativo. El principio de narratividad aparece, entonces, como punto de partida y confrontación, poniendo el acento, más bien, en la transformación.
No obstante, en el artículo titulado “Potencialidades de la narrativa greimasiana”, que integra este número, Luiz Tatit y Waldir Beividas no dejan de ver en la semiótica tensiva de Zilberberg un desarrollo del postulado narrativo greimasiano. Asimismo, los autores logran distinguir, en el vasto campo del pensamiento de corte semiótico, los alcances del principio de narratividad, que bien puede considerarse un auténtico hallazgo metodológico. Con lucidez crítica revisan, además de la semiótica tensiva, otras dos apuestas teóricas donde ellos encuentran una vigencia de dicho principio: la narrativa pulsional de Jean Petitot, quien ve en las estructuras narrativas una “antropología estructural del imaginario humano como carne”, y los estudios del fenomenólogo Etienne Bimbenet sobre la historia de la antropogénesis, historia en la que el lenguaje constituye una verdadera “diferencia antropológica”.
Por su parte, Bruno Chuk, siguiendo las consideraciones semióticas sobre las pasiones y las precondiciones de la significación, en su trabajo titulado “Prácticas de apropiación espacial y narratividad en arquitectura”, concibe el espacio arquitectónico como una textualidad particular, pues implica la práctica del habitar de un sujeto receptor-habitante que percibe y registra no sólo los ritmos del espacio del que se apropia sino también de la temporalidad inmanente a esa práctica. En su reflexión se reúnen la perspectiva topológica y las consideraciones de la semiótica greimasiana sobre lo continuo, la experiencia sensible, el ritmo y las modulaciones tensivas.
Recapitulando, se podría afirmar que el principio de narratividad, en estos tres momentos clave de la semiótica, ha sido tanto el generador de los fundamentos de la teoría como el que propició la abstracción y la generalización progresivas que condujeron a la incorporación de nuevas dimensiones de análisis semiótico.
El término narratividad se presenta en el Diccionario de Greimas y Courtés (1982 [1979]) como miembro de una familia léxica compuesta por las nociones de narrador, narratario y narrativo. El narrador y el narratario quedan bajo el dominio de la narratología y los estudios literarios, acotando así su significado, mientras que el término narrativo toma otros matices y, al ser un adjetivo, se refiere a otros términos a los cuales califica (programa, esquema, recorrido, enunciado, etcétera).
Así, narratividad funciona en este contexto como un sustantivo abstracto formado a partir de un adjetivo, indicando la “cualidad de” lo expresado en el adjetivo de base. Narratividad significa, por lo tanto, cualidad de lo que es narrativo. Ahora bien, en el Diccionario se hace una diferencia entre el acto de narrar y lo narrado. Lo narrado correspondería propiamente al nivel narrativo.
La narratividad sería, entonces, la cualidad de lo narrado y sabemos que lo narrado —al menos en un primer momento— se asocia al relato figurativo y al ensamblaje de acciones que lo constituyen, y en el que el núcleo fundamental, además de la acción, es la transformación.
La noción de principio ha sido muy utilizada en diferentes ámbitos del conocimiento, en las ciencias y en la filosofía. Siguiendo los diccionarios de lengua y los diccionarios especializados de filosofía, se observa que el término principio ha servido, primeramente, para describir el carácter del elemento al cual se reducen todos los demás. Por lo tanto, el principio es aquello de lo cual derivan todas las demás cosas. El principio, que no responde a una realidad concreta, es más bien la razón por la cual todas las cosas son lo que son. Un principio, además de ser un punto de partida, es un elemento primario o una causa primitiva. Ahora bien, no todo punto de partida es un principio, pues en las ciencias puede haber varios puntos de partida que no necesariamente tienen valor de principio. Así, el principio es un punto de partida que no se reduce a otros puntos de partida. Podríamos considerar una pluralidad de principios y que cada ciencia tiene los propios y no comparables a los de otras ciencias. Todo principio debe ser claro y evidente.
Retomando la fórmula completa y los rasgos semánticos fundamentales de cada componente, el principio de narratividad es la reducción que se hace del discurso a la acción y la transformación, razón por la cual la narratividad ha sido erigida en principio del cual derivan las formas del nivel discursivo. Este principio de narratividad es el punto de partida de la teoría como origen —incluso cronológico, recordemos los trabajos pioneros— así como fundamento de ésta.
La narratividad se define, entonces como un principio de organización de todo discurso narrativo y no-narrativo; nosotros diríamos, de todo discurso figurativo y no figurativo. Las formas narrativas, entendidas como acción y transformación, son de una gran generalidad, trascienden a diversas comunidades lingüísticas y a diferentes culturas, razón por la cual pueden ser consideradas como inmanentes con respecto a las diversas sustancias expresivas y a las distintas formas discursivas.
La narratividad constituye la organización que conforma el dominio inmanente del universo semiótico. Haberla observado en sus diversas manifestaciones ha dado lugar a la postulación de un principio general de doble impacto: en el discurso, como su articulación de base, de soporte, y, en la teoría, como pilar epistemológico; en los dos casos, se entiende como propiedad inherente y principio activo.
De allí se desprende una primera consecuencia: por su gran generalidad, este postulado se extiende y proyecta hacia un ámbito antropológico, pues las estructuras narrativas se consideran universales, más allá de que cada cultura los figurativice de manera particular. Todos los hombres narran.
La segunda consecuencia es que, en el estricto ámbito de la teoría semiótica, la narratividad se vincula, por definición, a otro principio fundamental, también revisado no hace mucho por Tópicos (Zinna y Ruiz Moreno, 2014, 2015): nos referimos al de la inmanencia. Este último, a su vez, está relacionado con los principios de adecuación y de empirismo, los cuales no sólo son epistemológicos sino, además, metodológicos. Esto querría decir que la teoría semiótica está sostenida por más de uno o dos principios, no muchos quizás, que estarían relacionados entre sí formando una red integradora, que postula la existencia de un fondo inmanente y generativo en el universo semiótico. La inmanencia, como lo hemos visto en el proyecto precedente, es una instancia semiótica que constituye, al tiempo que se constituye, generando sin cesar niveles, capas, regímenes, modos, estrategias, campos y dominios. La inmanencia puede ser pensada como una línea de fuga que siempre está creando un más allá, un presupuesto, un orden virtual, las condiciones y las pre-condiciones de la significación.
También hemos visto, en la revisión realizada, que la inmanencia es una instancia que pertenece tanto al plano del contenido como al plano de la expresión, es decir, al dominio de lo inteligible como al de lo sensible, puesto que, aunque casi inexplorado, contamos en el acervo teórico con un campo problemático expresado como inmanencia de lo sensible. Sin embargo, aunque el cuestionamiento ha sido exhaustivo no lo ha sido suficientemente, ya que no se ha llegado al punto de las relaciones que la inmanencia establece con su par oponente, la manifestación, y con el cual constituye la complejidad del fenómeno semiótico. La manifestación, siendo la interrupción del recorrido generativo inmanente, ocurre gracias a la intervención de la instancia de enunciación. Entonces, la enunciación tendría una función crucial en las correlaciones de un plano con otro del signo, así como en las correlaciones de inmanencia y manifestación y esto constituiría algo así como el principio de semioticidad.
Ahora bien, en cada plano, la narratividad organiza la inmanencia en niveles de derivación, más o menos profundos, o bien, más o menos superficiales, donde el sentido fluye y se consolida, va tomando forma mientras que un nivel profundo narrativo genera siempre otro menos profundo y se convierte, así, en uno de superficie. Este dominio semionarrativo prepara —pues es condición de posibilidad— la puesta en discurso. Tal gestión se realiza mediante su gramática (morfología y sintaxis) y en la intersección con el acto primordial de la enunciación. Este proceso generativo está impulsado por la energía fórico-afectiva.
La enunciación no tiene como estrategia la conversión, que es propia de la narratividad, sino la convocación: convocación de los planos, los niveles, las fuerzas, mediante los dispositivos tensivos llamados semiodiscursivos. Allí emerge una instancia compleja que instala la subjetividad en el lenguaje, dando lugar a una serie de instancias subjetivas capaces de encauzar y convertir en fuerza a las dos energías, la semántica y la fórico-afectiva. Ese complejo subjetivo se hace cargo de la competencia discursiva; con su doble estrategia de conversión y convocación la acciona y la realiza. Crea, por dehiscencia, el discurso enunciado, al mismo tiempo que potencializa las formas discursivas y actualiza la inmanencia vehiculizada por la narratividad, manifestándola en un plano de signo, porque sin las materias y las sustancias —en las que se presentifican las formas— nada tendría realización, todo sería virtualidad pura, potencia sin cauce ni desembocadura.
La narratividad se vincula con el acto de narrar o narración mediante la convocación. Esto es lo que pone en acto el deseo de enunciar, la necesidad de construir para sí y para otro la realidad y la experiencia vivida, no importa con qué temáticas e iconizaciones.
El enunciado elemental, como sabemos, puede asumir dos formas que aquí nos interesa volver a considerar: enunciado de estado, que da cuenta de la relación de junción (ya sea conjunción o disjunción) y enunciado de hacer, que indica la transformación de un estado en otro. Si la semiótica estándar se inclinó por trabajar sobre la transformación, sobre el hacer, observando los discursos como una sintagmática compleja de pasajes de uno a otro estado, la semiótica de las pasiones y, sobre todo, la semiótica heredera de De la imperfección (Greimas, 1990 [1987]), ha recuperado la dimensión del ser (o bien, del parecer del ser) representada por los enunciados de estado —o enunciados atributivos, como los había denominado Greimas (1973: 201) en “Elementos de una gramática narrativa”. La relación de atribución (ser, tener) remite a un aspecto de la sintaxis que se vincula con la descripción y la modalidad. El acento puesto en la transformación por el análisis semiótico de la primera época dejó en un segundo plano el lugar que, en la sintaxis de superficie, tiene asignada la función de atribución o función descriptiva. El mismo Greimas (1989 [1983]), en “Descripción y narratividad a propósito de ‘La cuerda’, de Guy de Maupassant”, finaliza su reflexión dando a entender que, si en la superficie del discurso la descripción se distingue de la narración, en el nivel de la gramática que sostiene el discurso, la descripción es absorbida por la narratividad y puede ser analizada como un micro-relato. Si bien esto es posible, entendemos que esta formulación proyecta cierta sombra sobre ese otro aspecto constituido por el ser o el parecer del ser del actante.
Se ha afirmado, desde la narratología, esto es, pensando en términos de género discursivo, que no hay narración sin descripción: cualquier embrión de narración, aunque sólo sea por la necesidad de nombrar, conlleva la descripción. Trasponiendo esta observación al nivel de la gramática narrativa, se podría postular que el enunciado de hacer presupone (de manera explícita o implícita) un enunciado de estado (modal y atributivo o descriptivo). Así, lo atributivo tendría un lugar en el mismo nivel que la transformación y no estaría subsumido por la narratividad.
El principio de narratividad se apoya en la centralidad otorgada al verbo por la gramática, en particular, por Tesnière, lo cual dio lugar a considerar que la acción prototípica estaría representada por el verbo hacer. Pero si pensamos en el lugar, también central, asignado al verbo por los gramáticos de Port-Royal, podríamos extraer otras consecuencias. En el capítulo XIII de la Grammaire Générale et Raisonnée, dedicado a los verbos y a “lo que les es propio y esencial”, se define el verbo como “una palabra cuyo principal uso es significar la afirmación, es decir, marcar que el discurso en que esta palabra es empleada, es el discurso de un hombre que no solamente concibe las cosas, sino que las juzga y las afirma” (Arnauld y Lancelot, 1969: 66 [1660]). De aquí los autores derivan el lugar central que atribuyen al verbo ser por considerar que todo verbo no es más que una abreviación, en una palabra única, del verbo ser más algún atributo, y así, la frase Pedro vive puede traducirse por Pedro es viviente. Esto significa que el verbo “vive” de la frase citada contiene dos sentidos: el que le otorga el significado léxico propio del verbo y la afirmación sostenida por el sujeto hablante que emite la frase. Ambos sentidos pueden explicarse deslindando los dos niveles de la frase, enunciado y enunciación, de manera tal que los significados se reparten entre ellos: el que es propio del verbo se expresa en el enunciado, y la afirmación subyacente o declaración se vehiculiza mediante la enunciación. De aquí que la enunciación pueda ser considerada como la modalidad afirmativa que constituye la base de todas las modalidades del discurso: el acto de enunciación siempre afirma —afirmación sostenida por la negatividad inherente— al atribuir existencia a aquello que nombra, dice “esto es”. En este orden de ideas se plantea la posibilidad de ver la descriptividad como un principio que corre a la par del principio de narratividad. ¿O se trataría de un solo principio que reúne en una estructura de base la descriptividad y la narratividad como un par de opuestos complementarios? Y si esto fuera así, ¿cómo se llamaría este principio? Lo cierto es que tanto la descriptividad como la narratividad colaboran conjuntamente en la constitución de los discursos.
En la enunciación convergen la narratividad y la descriptividad, instaurando la narración y la descripción. Esta última da cuenta de las figuras del mundo en el que ocurren las transformaciones con sus actores (sujetos u objetos), sus espacios, sus tiempos, su tempo y tonalidad. Si la narración convoca las estructuras narrativas para dar forma al impulso de enunciar, de decir, la descripción, por su parte, encauza la energía en una fuerza que convoca la competencia axiológica inmanente, con sus sistemas epistémicos, éticos y estéticos con el fin de valorar y así iconizar las figuras discursivas. Los programas narrativos —sean de búsqueda, sean de despojamiento, del objeto de valor y de deseo— incluyen acciones típicamente descriptivas, como el posicionamiento del sujeto frente al objeto, la focalización, la aspectualización, el intento por situarlo y determinar su estatuto de existencia, aquello que en nuestra lengua expresan los verbos estar y ser. Por lo tanto, el objeto es valorado y deseado en la medida en que es descrito por el sujeto, estableciéndose así la relación de junción o de unión, según la perspectiva desde la cual esto sea observado.
La manera de nombrar a estos dos dominios semióticos responde a la necesidad de resaltar su cualidad inherente, su rasgo semántico propio e indispensable a su identidad gnoseológica. De allí vuelve a surgir el interrogante de si narratividad y descriptividad son corrientes diferentes complementarias, cada una con su estrategia propia en vistas a converger en la manifestación o si parten de un mismo núcleo representado por el propio enunciado narrativo mínimo.
Atendiendo a las consideraciones que hemos hecho, la narratividad abarcaría a la narración y a lo narrado mientras que, por su parte, la descriptividad comprendería a la descripción y a lo descrito. De esta manera, podemos ampliar el horizonte teórico sobre la problemática en cuestión y ensayar mejores respuestas ante las actuales demandas interdisciplinarias, y aun frente a la comunicación corriente, las cuales utilizan una terminología semejante a aquella que el campo semántico de la narratividad nuclea y suscita.
La articulación de narratividad y descriptividad que hemos propuesto permitirá expandir el diálogo con otras disciplinas, con las ciencias sociales y también con las ciencias de la naturaleza, en las que la descriptividad tiene un lugar prominente. Por lo tanto, además de tomar en cuenta las formas narrativas en los discursos científicos, se pone de relieve la necesidad de atender a la significación de las formas descriptivas en la construcción de objetos de estudio, en los puntos de vista que organizan las categorías, en los procesos de formalización, en los modos de elaborar el metalenguaje, en los procedimientos de aspectualización y modalización discursiva.
Y con esta última sugerencia ponemos fin a nuestra presentación, cuyas ideas son resultado de largas sesiones de discusión sostenidas en el interior de nuestro centro de trabajo. Estamos seguros de que las reflexiones sobre el principio de narratividad y su relación con la descriptividad, vertidas por nosotros aquí como las contenidas en los artículos que integran el presente volumen, permitirán repensar la vigencia y fecundidad de este principio epistemológico que es pilar de la teoría semiótica de Greimas y que ha alimentado distintas vías de investigación.