Resumen:

El profesor A. J. Greimas reflexionó en dos oportunidades sobre las estructuras narrativas del discurso de la historia. En este artículo se expone tanto sus observaciones sobre la naturaleza semántica de esa clase particular de discurso allí desarrolladas como sus planteamientos para iniciar la exploración semiolingüística del vasto continente histórico. A continuación se ofrece dos muestras que ensayan infructuosamente aplicar el paradigma greimasiano para describir los textos históricos. Finalmente, el estudio hermenéutico material concreto de un breve pasaje revela los alcances interpretativos de la semiótica de las culturas actual para analizar —denunciar— la ideología que coerce el discurso histórico.

Palabras clave: narratividad, historia, semiótica.

 

Résumé :

Le professeur A. J. Greimas a réfléchi aux structures narratives du discours de l’histoire en deux occasions. Dans cet article, on exposera ses observations sur la nature sémantique de ce type particulier de discours qui y sont développées, de même que ses approches pour initier l’exploration sémiolinguistique du vaste continent historique. On offrira ensuite deux échantillons qui s’efforcent sans succès d’appliquer le paradigme greimassien pour décrire les textes historiques. Finalement, l’étude herméneutique matérielle concrète d’un bref passage révèle la portée interprétative de la sémiotique actuelle des cultures pour analyser —dénoncer— l’idéologie qui fait pression sur le discours historique.

Mots-clés : narrativité, histoire, sémiotique.

 

Abstract:

On two occasions Professor A. J. Greimas reflected on the narrative structures of the discourse of history. This article exhibits both his observations on the semantic nature of the particular kind of discourse developed therein, as well as his approaches to initiate the semiolinguistic exploration of the vast historical continent. What follows, is two samples that try unsuccessfully to apply the Greimasian paradigm to describe historical texts. In the end, the concrete material hermeneutic study of a brief passage reveals the interpretative scope of the contemporary semiotics of cultures to analyze —denounce— the ideology that coerces historical discourse.

Keywords: narrativity, history, semiotics.

 

 

En sentido homenaje a quien fuera mi memorable profesor y director de investigaciones Algirdas Julien Greimas.

Los historiadores no [han] tenido jamás siquiera la responsabilidad de elevarse a ese trabajo de abstracción que es necesario para dominar, por una parte, lo que se hace, y por otra, donde eso que se hace obtiene legitimidad y razón de ser en el conjunto de las ciencias. Ferdinand de Saussure*

La historia tal vez espera su Saussure. Jacques le Goff y Pierre Nora**

Una semiótica histórica […] tendría por tarea establecer una tipología de las estructuras narrativas historiográficas. Algirdas Julien Greimas***

 

El pasaje escrito por el fundador de la lingüística como ciencia, el de los dos notables historiadores y el del no menos importante lingüista y semiótico franco-lituano citados en el epígrafe, confirman el hecho irrefragable, hoy consensualmente admitido, que la idea misma de que el pasado en cuanto tal pueda ser objeto de una ciencia, es absurda (M. Bloch). Sin embargo, ello no obsta para afirmar la posibilidad de que, al menos, sea conjeturable una teoría capaz de fundar el racionalismo histórico.1 Conscientes de esta circunstancia teórico-metodológica, dos lingüistas afiliados al pensamiento saussureano y pioneros de la semiótica actual, R. Barthes a partir de la década de 1950 y A. J. Greimas desde la década siguiente, iniciaron la reflexión sobre la escritura y el discurso de la historia dentro del marco de lo que hoy viene a ser la semiótica de las culturas.2

En razón del espacio aquí fijado, no nos ocuparemos de los ecos entre los criterios cognitivos de ambos semióticos, faena indispensable para entender el debate sobre la narración histórica impulsado, aparte de otros, por H. White y el Linguistic Turn.3 Enseguida presentaré en forma condensada la contribución de las ideas greimasianas sobre ese limitado cantón de la teoría semiótica del discurso cognitivo: los principios epistemológicos para esbozar el algoritmo procesal-narrativo de la redacción histórica.4

En este orden de cosas, el lingüista y semiótico lituano plantea una extrapolación metodológica interdisciplinaria: el procedimiento para describir el algoritmo narrativo de la historia —nos dice— puede aprovechar los avances de la ciencia lingüística y de la lingüística histórica. Por lo tanto, siendo este algoritmo narrativo un simple fragmento, una tesela del gran mosaico constituido por el paradigma semiótico generativo de Greimas (que ya ha comenzado a ser evaluado y criticado),5 será expuesto dando por conocidos recta y responsablemente sus lineamientos cognitivos generales,6 es decir, “el abanico más amplio de las formas de la producción social del sentido”.7

Concretamente, los textos del profesor Greimas dedicados a investigar el fenómeno histórico, son dos: en uno trata la correlación entre estructura e historia mientras que en el otro se dedica a elucidar la historia de los acontecimientos (hechos o eventos) así como el nivel que en el proceso generativo llama “fundamental”.8 La exposición que sigue describirá el planteamiento teórico-metodológico aquí propuesto —apartados 1 y 2— y enseguida —apartado 3— los estudios que, inicialmente, en el linaje de la semiótica componencial y, posteriormente, dentro de los marcos de la semiótica de la cultura, han procurado explorar dicho proyecto inicial.

1

En el primer texto dedicado a la cuestión de la narratividad histórica, Greimas trata de responder a dos preguntas de base: “¿en qué consiste el carácter histórico de las estructuras sociales? y ¿cómo dar cuenta de las transformaciones diacrónicas que se sitúan entre estructuras yuxtapuestas en una misma línea de sucesión temporal?”9 Al buscar una respuesta acude a la reflexión antropológica levistraussiana que parte del postulado procedural “de lo atemporal a lo temporal”,10 es decir, de lo permanente opuesto a lo histórico, premisa inspirada en las dualidades saussureanas sincronía (atemporal) —que insume el sistema constituido por la dualidad lengua / habla— opuesta a la diacronía (“la temporalidad lineal del discurso”) a lo cual añade, independientemente, la estructura “indiferente al tiempo”11 que siendo “capaz de producir en su manifestación, secuencias de significaciones de eventos y temporales a la vez, es generadora de los acontecimientos históricos”.12

Sin embargo, los obstáculos surgen al describir el discurso a partir de la sintaxis frasal al uso:13 ya se trate del sentido de la vida o de la historia, ella obliga a concebir la significación (atemporal o a-espacial) no como un despliegue sincrónico-diacrónico en el tiempo y en el espacio (“la manifestación temporal del sentido”) sino como una serie de permanencias, un listado de estados o de estructuras estáticas; en otras palabras, a la “dialéctica dinámica” (G. Agamben) de los hechos recogidos por el discurso histórico corriente se opone, según Greimas, la “dialéctica estática” de la significación de esos hechos obligada por las estructuras sintáctico-frasales de la lengua:14 “los algoritmos históricos —constata— se presentan como estados, es decir, como estructuras estáticas”,15 como permanencias. Pues bien, esa inferencia nos lleva a formular una paradoja evidente: la temporalidad y la espacialidad enunciadas por el plano de la expresión del discurso escrito —por ejemplo, en el enunciado “el asalto a la fortaleza y prisión de la Bastilla ocurrió el 14 de julio de 1789 en París”— son únicamente los medios de manifestación de la significación ‘revolución francesa’, ya que esta significación no es ni temporal ni espacial en sí misma. Pero siendo dicha significación el “objeto de la descripción lingüística [y semiótica]” de lo que se trata es de averiguar “cómo ella se encuentra anclada en la historia”.16

Avanzando algo más en esta vía reflexiva se constata que la lengua y el discurso siempre admiten una graduación de niveles estructurales: de un lado, el enunciado histórico que acabo de proponer: “el asalto a la fortaleza y prisión de la Bastilla ocurrió el 14 de julio de 1789 en París” y, de otro lado, su significación: ‘revolución francesa’, no ocupan ciertamente el mismo nivel de abstracción; hay una jerarquía entre ellos, tal como la siguiente:

  1. “la duración total” o “larga duración” braudeleriana debe considerarse como invariante: tal sería la significación “revolución francesa”;

  2. “las duraciones medias” son a tener como variables, por ejemplo, la crisis económica y de subsistencia general en la población francesa de época (año de cosecha 1788-1789) y

  3. “las duraciones cortas” serían las llamadas permanencias —conjeturales, pues pueden ser sustituidas por otras— como las siguientes para el año 1789:

  • el 5 de mayo se produce la apertura de los Estados generales,

  • el 17 de junio el Tercer Estado proclama la Asamblea nacional,

  • el 27 de junio capitula el rey,

  • el 11 de julio Necker es expulsado,

  • el 14 de julio ocurre la toma de la Bastilla, etc.

La duración histórica podría ser así traspuesta a un lenguaje descriptivo homogéneo.17 Pero el inconveniente surge al determinar la relatividad del fenómeno: ¿la duración mayor, extensa, es más “esencial” que lo que dura poco? La indecisión por la respuesta adecuada implica que la duración histórica está finalmente sujeta a la interpretación subjetiva de la “medida relativa”. En vista de ello, el profesor Greimas —que en ese momento no podía haber reparado en el postulado auténtico de Saussure sobre la pancronía18 declara la inoperancia de la dualidad sincronía / diacronía en el tratamiento del discurso histórico y, con ello, la antinomia entre estructura e historia.

Ante semejante aporía es dable echar mano de la noción hjelmsleviana de estado lingüístico19 por la cual ese estado lingüístico “aparece ora como una jerarquía de sistemas y de categorías, ora como un conjunto de reglas de funcionamiento (de derivación, de producción, de conversión)”, advirtiendo que como la transcripción de un código a otro es siempre posible y siendo la primera “una especie de mecanismo acrónico que sirve para producir mensajes —y a operar sus reconvenciones en mensajes de tipo diferente— en número indefinido, ocupa con acontecimientos (hechos o eventos) un espacio histórico correspondiente”. Ello permite advertir que allí ciertos “cambios” considerados “como transformaciones históricas, no lo son en realidad” y que aún subsiste la antinomia original: “en lugar de explicar el carácter histórico de la estructura, esta interpretación sólo otorga la dignidad de estructura a las totalidades significantes localizadas en la historia” (1970: 108-109) [énfasis del original].

De hecho, tales “totalidades significantes” son efectos de sentido, o sea la “apariencia que toma para nosotros la manifestación del universo significante”; pero “las estructuras de significación sólo serán históricas en la medida en que el inventario de efectos de sentido sea restringido”: la escritura de la historia no se predispone a plantear múltiples posibilidades sino que, al contrario, es un “cierre” de las significaciones virtuales en la estructura de la que depende, produciéndose así las permanencias que, en la escritura, toman la forma de idiomatismos. Tal es la extrapolación que ocurre entre el uso en lengua y la historia. Siendo el uso la utilización que hace una comunidad lingüística de las significaciones que dispone en el habla, entonces,

si se escoge como objeto de descripción cierto uso, sólo se puede hacer explícita, a partir de ese uso, una sola estructura inmanente a ese uso. A la inversa, una sola estructura puede ser manifestada, debido a la diversidad de las limitaciones posibles, en forma de varios usos, en otras palabras, dando lugar a la realización de varias estructuras históricas diferentes [y así] una sola estructura social, el feudalismo por ejemplo, puede manifestarse en forma de usos particulares que se podrá designar como feudalismo francés, japonés o indio (1970: 111).

De ahí que “se imponga cierto comparatismo —histórico y acrónico a la vez— que parece más fácil de concebir que el comparatismo histórico y diacrónico” (Ibid.) [énfasis del original].

Ahora bien, ¿qué sucede si se comparan dos estados estructurales “situados en la misma línea de tiempo y sucediéndose uno al otro”? (Loc. cit.) Se trata, en realidad, de transformaciones de estructuras (sistema → proceso)20 y no sólo de extensiones de usos. En este punto de su pensamiento, Greimas asimila el término estructura al término modelo,21 o sea que los contenidos históricos son reducidos a modelos: “no puede haber ruptura en curso de la historia si es que un modelo ya existente no es capaz de aprehender los acontecimientos recientemente manifestados y, por lo tanto, un modelo nuevo deberá ser postulado” (1970: 112). Pero existiendo una posible correlación entre dos usos históricos sucesivos y disjuntos, la metodología estructuralista parece ser incapaz de precisar su estatuto conceptual. En todo caso, “en la praxis de investigación y descripción se confunde la construcción y la explicitación de los modelos [aunque] lo que más urge al historiador como al comparatista es un mejor conocimiento de los modelos de transformación que igualmente carecen”. En este sentido, el trabajo de C. Lévi-Strauss sobre los relatos míticos es ilustrativo para lograr “una explicación progresiva de los modelos y de los tipos de transformaciones que allí se reconocen”, ya que “es necesario un mejor conocimiento de las reglas generales de las transformaciones estructurales antes que podamos pronunciarnos con alguna certeza sobre el carácter específico de las transformaciones diacrónicas” y las conceptualizaciones de la historia (1970: 113-115).

2

A partir de estas reflexiones, el segundo estudio de A. J. Greimas sobre el discurso histórico, hemos adelantado, se ocupa de precisar los dos planos del discurso histórico —acrónico y diacrónico— ya distinguidos en el primer ensayo pero que ahora toman el nombre de “historia fundamental” e “historia de acontecimientos”. Más allá de averiguar la producción de la historia, se trata de esbozar una “tipología historiográfica”, o sea, de proponer modelos apropiados para describir e interpretar “las ‘historias’ que nos cuentan los historiadores” (1976: 162).22

Una cosa es, pues, la dimensión de superficie (“el parecer histórico”, “lugar de la manifestación de la historicidad”, es decir, “las fluctuaciones conjeturales de la historicidad”) caracterizada por la miríada de micro-sucesos que no son susceptibles de descripciones pormenorizadas, exhaustivas ni sistemáticas; y muy otra, independiente, la dimensión fundamental en que se sitúan las estructuras históricas profundas: “las organizaciones taxonómicas y de transformaciones estructurales de los fenómenos sociales”. Es en la primera dimensión que se efectúa la selección de acontecimientos que al ser tenidos por significativos, constituyen “los hechos históricos” eslabonados y determinantes, vale decir, que repercuten en la dimensión profunda. Sin embargo, puede conjeturarse una tercera dimensión intermedia, la dimensión llamada eveniral23 y que es la “instancia de decisión” donde el historiador plantea los criterios “ideológicos” de selección de los acontecimientos históricos (1976: 163). Así, en la instancia eveniral hay una doble actitud selectiva ideológica:

  1. si el historiador asume la “ideología ambiente a veces explícita” donde obtiene sus criterios de selección, procurará dar una “interpretación correcta de los acontecimientos y de su encadenamiento”; pero

  2. si se piensa que las estructuras se hallan inscritas en las “cosas” o en los “espíritus”, la historia profunda seleccionará los acontecimientos significativos, señalará su proyecto histórico y trazará “paso a paso” su “recorrido eveniral” (Loc. cit.)

Estos criterios “ideológicos” son los que impiden la constitución de un discurso histórico científico que, epistemológicamente y ante todo, debe ser una praxeología, una práctica cuyo componente teórico le permita inscribir la pluridimensionalidad de la historia convalidando sus hipótesis en esa práctica mediante:

  1. la coherencia de sus construcciones; y

  2. las equivalencias aseguradas que faciliten el paso de la dimensión de superficie a la dimensión fundamental y a la inversa.

Dicho esto, ambas exigencias epistemológicas requieren ineluctablemente un lenguaje (propiamente, un metalenguaje) adecuado para los dos discursos, pues se considera que se trata de dos modos de existencia semiótica distintos,

  • la dimensión fundamental estructuralmente organizada “como pasta de hojaldre”, es decir, en niveles autónomos superponibles y ordenables, se presuponen y disponen mutuamente según su grado de “profundidad” comenzando por la sima, las estructuras económicas, enseguida las estructuras culturales que, a su vez, “envuelven” las estructuras sociales, etc.

  • la dimensión de superficie constituida por las series de acontecimientos históricamente convalidados.

En cuanto a la “generación reversible” de una dimensión por la otra, configura el problema importante de sus interrelaciones. Una primera solución relativamente fácil propondría que la dimensión fundamental en su conjunto entraría en relación directa con los sucesos históricos mediante la estructura menos profunda. Pero esta decisión arbitraria que excluye en esa primera instancia las otras estructuras, es absurda precisamente por su sinrazón. Puede pensarse, en cambio, que cada estructura entra en relación por sí sola, independientemente, con los hechos históricos, lo cual presupondría una organización programada de la dimensión superficial en otros tantos niveles, como los decididos para la dimensión profunda; así, cada acontecimiento histórico —o una serie de ellos— puede admitir o bien la convergencia o bien su repercusión en diversos niveles estructurales a la vez (Lévi-Strauss, Berque). Sin embargo, la representación gráfica de un modelo semejante presenta demasiadas dificultades.

¿Cabe, asimismo, poner en tela de juicio la “concepción global de las estructuras sociales”? Para los fines perseguidos sólo conviene evaluar su carácter “de modelo para las ciencias sociales” (1976: 165). Sobre este punto particular es de lamentar que pese al impacto del modelo construido y acrónico sobre “la estratificación social” de Karl Marx, especialmente por la Escuela de los Anales, no se haya avanzado en la brecha abierta por él. Su ventaja es evidente: tomando en consideración cierto número de variantes e invariables, ese modelo se puede aplicar a cualquier sociedad haciendo abstracción de su tiempo y espacio. En efecto:

no existe capitalismo en estado puro, como tampoco existe una catedral gótica que sea la reproducción exacta del concepto de gótico o una novela que en todos sus aspectos sea conforme a la definición de novela (Loc. cit.).

Ello explica que una determinada estructura económica no puede ser históricamente pura debido a la presencia, en la sociedad concernida, del modelo de las estructuras económicas precedentes así como de las estructuras que presumiblemente anuncian el porvenir. De ahí que si ciertos hechos históricos “no pueden ser interpretados en el marco de un solo modelo”, es probable que ello se deba a la convergencia de varios modelos correspondientes a distintos niveles estructurales profundos en la producción de esos hechos.

En este sentido, haciendo furo provisional del “retro-efecto de los acontecimientos sobre las estructuras”, puede pensarse en un “esquema teórico” donde varios modelos axiomáticamente correspondientes a otros tantos niveles estructurales profundos, “concurren para producir un acontecimiento u objeto histórico” (1976: 166). Dichas estructuras o sus elementos pueden, a su vez, ser compatibles o incompatibles y, entonces, excluirse entre ellos. De este principio se colige que:

En esas zonas de compatibilidades estructurales parece situarse la libertad histórica de los hombres; es allí que se manifiestan las elecciones originales de la historia. En efecto, es porque esas elecciones se inscriben en las vastas redes de incompatibilidades y compatibilidades, de exclusiones e inclusiones, que los acontecimientos históricos pueden ser considerados significativos y distinguidos entre la infinidad de micro-acontecimientos cotidianos (1976: 167).

Si se acepta esta propuesta, es de imaginar que las estructuras profundas participan en lo que podría llamarse una gramática constitutiva del componente taxonómico24 de la historia, o sea, de “cierto número de reglas restrictivas que limiten progresivamente las posibilidades de manifestación” y, probablemente, también de “reglas de organización de series sintácticas que puedan ser inscritas en el discurso histórico” (Loc. cit.).

A pesar de no haber aprovechado todos los aportes de la teoría social de Marx, debemos a la Escuela de los Anales fundada por L. Fevbre y M. Bloch el esbozo de los criterios que obran en la organización interna de la historia fundamental. En cambio, la dimensión de superficie o evenimencial de la historia aún no ha sido organizada y ello por no haberse “constituido los procedimientos de reconocimiento de los acontecimientos históricos en [ese] nivel y a partir de la manifestación de innumerables hechos cotidianos”. Efectivamente, el “hacer de la historia” sólo cuenta con las coordenadas espacio-temporales que fijan e inscriben cada acontecimiento, pero estas “coordenadas circunstantes” —a veces totalmente ausentes o imprecisas— no pueden ser consideradas como constitutivas de esos hechos históricos: la medida cuantitativa, cronométrica, es funcional en algunos casos, pero la “medida del espacio (en latitudes y longitudes)” es sustituida por “indicaciones topológicas sobre una calle, ciudad o país” que “constituye una referencia a entidades sociológicas y no a la coordenada espacial abstracta” (1976: 168).

Otra objeción al proceder positivista es la relativa a los hechos históricos fijados como si fuesen denotaciones de la realidad. El plano de la manifestación histórica —a diferencia del plano de manifestación de la lengua para el lingüista— no es pensado como tal por el historiador, pues no construye una descripción a partir de él; en su lugar “proyecta su construcción hipotética en el pasado, llamándola pomposamente realidad”. Es por ello que el historiador no tiene en cuenta la forzosa mediación lingüística en la constitución del hecho histórico: se reconstituye la serie de acontecimientos “reales” como si fuese una “proyección referencial”, fingiendo desconocer que los documentos (crónicas, relaciones, informes, etc.) no son más que “traducciones libres en lenguas naturales de los programas somáticos de los sujetos reales” (1976: 169) [el énfasis es nuestro]. En este sentido, los monumentos históricos y arqueológicos sólo tienen un rol contextual respecto al discurso histórico.

Dos actitudes son posibles para superar estas circunstancias: por la primera se puede considerar la escritura de los historiadores “como formas sintagmáticas —que varían de un historiador a otro, de una sociedad a otra— dependientes de una clase de discursos llamados discursos históricos”. Ésta sería la ocupación de una semiótica histórica dedicada a establecer “una tipología de las estructuras narrativas historiográficas” que, sin embargo, no alcanzaría a elaborar “un discurso científico ya no más sobre el quehacer del historiador sino sobre el ‘hacer’ de la historia misma” (Loc. cit.). La segunda actitud porta sobre ese “‘hacer’ de la historia misma” que es un discurso en “construcción permanente”. Dicho “hacer” es sólo abordable merced a un lenguaje operatorio propio, vale decir, a un lenguaje formal o metalenguaje histórico propiamente dicho.

Llegamos así al foco epistemológico del estudio del profesor Greimas: se trata de resolver el problema de la manifestación discursiva, es decir, de cómo describir el texto histórico. Aquí se constata, ante todo, que dicho discurso se compone con sintagmas que “describen los ‘hechos’ encadenados unos a otros según una reglamentación a prever”. Para efectuar esta tarea habremos de comenzar no por la definición “realista” del hecho histórico sino por su conceptualización semántica: a partir del participio pasado del verbo haber, habido (o sea, el “hecho habido”, id est el “hecho sucedido”), se suspende la remisión al pasado y se propone como simulacro del hecho histórico: “un enunciado canónico de tipo lógico” cuya función es “el hacer” y se postula un sujeto y un objeto de ese “hacer” “como ‘nombres propios’ vinculados entre ellos por la función-relación”. Así, el enunciado protocolar del objeto cognitivo de la investigación histórica será:

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La ventaja de este enunciado semántico es doble: formula en metalenguaje y de manera unívoca “todos los acontecimientos históricos”, dejando abierta la posibilidad de constituir la tipología de los enunciados históricos a partir de los “vertimientos de contenidos semánticos específicos” en cada enunciado particular (pp. 1976: 170-171). Asimismo, permite excluir, ante todo, los enunciados llamados mitobiográficos (ideológicos) regidos por la función-relación “ser / estar” como no-históricos, por ejemplo, los cientos de enunciados mitobiográficos positivos, neutros y negativos que infestan indiscriminadamente los textos de historia de la conquista del Perú y de México y que han sido ya puntualmente denunciados;25 pero también posibilita prescindir en el discurso histórico de los sintagmas que no cuentan con sujetos humanos y, por lo tanto, son descartables como enunciados históricos.

Cabe ciertamente, en esta coyuntura, la multiplicación del sujeto, queremos decir, el sujeto colectivo como fautor comunitario:

el conjunto de hombres en la medida en que participan en un hacer común […], un colectivo de hombres considerados solamente como agentes de un hacer programado […] según los niveles estructurales a los cuales responden sus actividades (1976: 170-171).

En este punto es dable distinguir dos clases de sujetos colectivos:

  1. los sujetos sintagmáticos compuestos por personas independientes pero relacionadas al contribuir en un hacer programado de sintagmas, por ejemplo, en una cadena de producción; y

  2. los sujetos paradigmáticos, es decir, aquellos confundidos en un hacer colectivo indistinto, no descomponible: tal es el caso de la “multitud” o una clase social como sujeto de un determinado enunciado histórico.

En este último caso, se trata de “un sujeto hiponímico que representa un actante colectivo del cual es mandatario” y cuya naturaleza es “taxonómica y depende, en definitiva, de la estructura social” (1976: 172), en otras palabras, del nivel profundo.

Aparte de todo ello, subsiste el problema de la secuencia propia de los enunciados descriptivos canónicamente programados por el discurso histórico. Para su correcta formulación debe tenerse presente, sobre todo, que “un enunciado que denota un hecho aislado produce […] la ‘ilusión de realidad’”, pero también que la correlación entre enunciados históricos según el viejo “principio de causalidad” post hoc ergo propter hoc sólo abarca efectivamente “todo tipo de relaciones mal definidas: causalidad, probabilidad, verosimilitud, etc., cuya tipología no ha sido siquiera establecida hasta ahora”. Asimismo, queda por superar el obstáculo positivista ingenuo que pretende “describir una realidad ya hecha y previamente organizada, cuando ella es sólo el efecto de una categorización lexemática del mundo, sometida al relativismo sociocultural”, mantener “una referencia continua y explícita” entre los niveles superficial y fundamental de ese discurso y el planteamiento de la organización de los enunciados históricos “en secuencias y programas”. Pues bien, si se intenta resolver todos estos escollos empleando una lógica decisional que haga de “los sujetos de los enunciados y de los programas históricos responsables de su hacer, se daría una coloración ideológica voluntarista al proyecto histórico” (1976: 173).

Ante estos inconvenientes, la solución menos comprometedora, más neutra, sería conservar el orden didáctico cronológico —a redropelo— de la exposición histórica corriente, pero ya en el plano de la descripción de las estructuras de superficie, reconstruir la historia aplicando a la sintaxis de su discurso una lógica de las presuposiciones o serie programada del encadenamiento de los enunciados invirtiendo el “principio de causalidad” arriba indicado, pues tal es efectivamente el verdadero procedimiento de la redacción histórica: una “finalidad a posteriori”; y desde la instancia de la enunciación, efectuar “una penetración en reversa —partiendo de los finales y no de los comienzos— de las profundidades de la historia” (1976: 173-174), una especie de procedimiento bustrófedon —a contrapelo—, teniendo en cuenta que esa es precisamente la traza empleada por el historiador al escribir su discurso.

Tal es, en resumidas cuentas, el planteamiento semiótico de A. J. Greimas para describir la narrativa del discurso histórico que, lamentablemente, no llegó a ilustrar como sí lo hizo abundantemente para la narrativa literaria de tradición escrita y oral.26

3

A falta de esa ejemplificación y respecto al examen textual como fuente insustituible de la teoría semiótica,27 la comprobación analítica inicial no ha sido, en este caso, el estudio de un discurso histórico mismo sino el artículo de L. Febvre sobre una conocida reflexión de M. Bloch.28 Este análisis fue encargado a J.-C. Giroud quien, a su vez, no trató de “descubrir” una nueva zona teórica o prolongar la reflexión semiótica conocida; su objetivo fue más bien aplicar el paradigma narrativo “canónico” ideado por Greimas al criterio de los historiadores respecto de la propia narración histórica.

En esta escenificación del “discurso cognitivo como relato”, sostiene Giroud, “la historia ocupa, al parecer, una doble posición narrativa: como objeto de un hacer científico programable y como objeto de una ‘necesidad’ social que se encuentra en posición para preseleccionar el espacio de la investigación” donde, además, “luego del emplazamiento del saber sobre el objeto y del saber sobre el hacer, intervendría el saber sobre el sujeto, saber al que sería invitado todo ‘historiador’, es decir, convidado, de algún modo, a operar una ‘toma de consciencia’” (1979: 139), conclusiones que, como se ve, sólo reafirman la tarea histórica básica requerida por Saussure en el epígrafe, mas no extienden en modo alguno la exploración de los componentes del discurso histórico propuesto por Greimas.

Una segunda aplicación, esta vez sumamente escueta y especulativa de las modalidades aléticas, epistémicas y veridictorias extraídas del paradigma greimasiano a través de la interpretación de D. Bertrand,29 ocupa los dos apartados finales del libro El discurso histórico de J. Lozano ya mencionado.30 Sin un despistaje mínimo de la dimensión de superficie, en su primera muestra textual31 y a falta de una demostración de la sintaxis narrativa (isotopías, anisotopías, Programa Narrativo: sujeto, objeto, adyuvantes, oponentes, etc.) controlada semánticamente (sememas y semas), en vez del efectivo análisis narrativo se procura una adaptación in albis, puramente intuitiva, de dichas modalidades para concluir en un impresionista acto de fe regido por la categoría modal de la certeza:32 “Creemos que en el texto elegido, la estrategia de veridicción consiste, como hemos dicho, en un parecer verdadero, que, interesado en producir el efecto de sentido verdad, tiende en la comunicación, o intercambio cognitivo a hacer su discurso eficaz” (2015: 260) [cursivas del original]. La segunda muestra33 es abordada por Lozano a partir de la propuesta del profesor Greimas para “sustituir el concepto de verdad por el de eficacia” (p. 263) y así propone “incluir la argumentación en las estrategias de persuasión, que finaliza en la obtención del creer” (p. 265) [énfasis del original] en el discurso del historiador que, por lo visto, es la misma táctica del propio Lozano (“Creemos”) no sólo para persuadirnos a nosotros sus lectores34 sino para, tautológicamente, “descubrir las estrategias de un enunciador que se empeña en ocultarse” (p. 266) en cualquier discurso y no solamente el histórico.

Como bien se sabe, no tiene ningún valor cognitivo ni descriptivo extraer de un vasto paradigma epistemológico un pequeño tópico, descontextualizarlo y aplicarlo de buenas a primeras a cualquier objeto de conocimiento, pretendiendo con ello lograr una interpretación plausible. Es una banalidad decirlo, pero las circunstancias indicadas nos obligan a insistir en que cualquier aspecto particular de un modelo es sólo funcional en relación con todo su contexto teórico y metodológico; de lo contrario sólo se obtiene una quimera más en el ya saturado mundo de las intenciones fallidas.

Nos cabe, por último, presentar nuestra respectiva investigación a fin de poner en práctica el voto del profesor Greimas mencionado en el epígrafe: la tarea de “establecer una tipología de las estructuras narrativas historiográficas” tanto en la dimensión profunda como en la dimensión superficial del discurso histórico. Ante todo se impuso decidir la cuestión del metalenguaje o lenguaje formal apropiado para describir el fenómeno. Como sabemos, este lenguaje técnico fue lexicográficamente definido por el mismo profesor Greimas y J. Courtés en Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje (Madrid, Gredos, 1982), luego comentado por los miembros del Groupe de Recherches Sémiolinguistiques (Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje II, Madrid, Gredos, 1991) y desde fines de la década de 1980 elaborado por la semiótica de las culturas y la lingüística interpretativa.35

Correlativamente, fue necesario replantear la dicotomía dimensional profunda y superficial y rehacer desde esta nueva perspectiva epistemológica la descripción de la narratividad histórica teniendo en cuenta, ahora, los componentes generales del discurso en niveles autónomos superponibles y ordenables (“en pasta de hojaldre”, como entendía A. J. Greimas): la temática y las clases semánticas (taxemas, dominios y dimensiones semánticas); la dialéctica, sus funciones, los casos semánticos, los grafos tematizados y el nivel agonístico; la dialógica y las modalidades decidibles, los universos y los mundos semánticos; por último, la táctica que en el plano de la expresión da cuenta de la disposición secuencial del significado y del orden lineal en el discurso histórico por el cual las unidades semánticas son producidas e interpretadas en éste y en todos los otros planos.36

La complejidad y amplitud del instrumento metodológico y analítico semiótico-cultural e interpretativo que hemos aplicado para describir el algoritmo narrativo del discurso histórico37 no se condice con los márgenes de publicación aquí decididos; ello nos impide presentar nuestro paradigma con la pertinencia y exhaustividad adecuadas. En su lugar nos permitiremos reproducir, a modo de muestra simple, el estudio semiótico38 de un breve pasaje extraído de una afamada obra histórica que narra la conquista española de los Andes titulada Francisco Pizarro: el marqués gobernador del historiador peruano José Antonio del Busto Duthurburu. En los enunciados históricos de este fragmento tomado a modo de muestra, el historiador relata la llegada de los conquistadores españoles a tierras de los tallanes (etnia radicada en el norte del Perú por donde se inició la conquista del territorio andino), nativos para quienes entre los atuendos guerreros de los españoles —dice el enunciador-historiador pero sin citar ninguna fuente documental (crónica, relación, carta, etc.) ni ningún otro texto de otro historiador que respalde su decir— eran “dignos de admiración”, especialmente los

[…] estuches de cuero en que [los conquistadores] guardaban sus cuchillos largos. Los estuches eran fláccidos y blandos, mas cuando guardaban el arma lograban endurecer. Esto hacía sonreír maliciosamente a los tallanes e intrigaba mucho a sus mujeres…39

En el enunciado inicial de este pasaje encontramos una semisimbolización, pues el semema fuente lexicalizado del complejo sémico (A) es ‘estuches de cuero’; pero de inmediato se lexicaliza, en el mismo enunciado, el semema fuente del complejo sémico (B), ‘cuchillos largos’. El siguiente enunciado tiene, en cambio, estatuto de lectura de los sememas lexicalizados que acabamos de describir: en él encontramos otros dos sememas fuente también lexicalizados correspondientes al complejo sémico (A), ‘fláccidos’ y ‘blandos’, y, paralelamente, un semema fuente lexicalizado perteneciente al complejo sémico (B), ‘endurecer’.

El tercer enunciado induce, en cambio, el “doble sentido” o sobreentendido codificado en la lectura: allí se dice que el efecto de sentido de los dos primeros enunciados (“esto”) causan en los hombres tallanes un rictus de hilaridad malevolente y en las mujeres tallanes intensa curiosidad. La hilaridad malevolente y la intensa curiosidad de los aborígenes frente a este instrumento guerrero (arma blanca) de los invasores son, entonces, representaciones mentales a echar a la cuenta de la lectura carnal (metafórica) que hace el enunciador-historiador de esos dos primeros enunciados. Describamos, en lo que sigue, el proceso de metaforización que ha producido semejante efecto de sentido en calidad de impresión referencial extrínseca.

En efecto, el contenido del tercer enunciado restablece, de facto, la conexión metafórica cuya función es, sobre todo, poner en juego la selección recíproca de los semas específicos entre los complejos sémicos (A) y (B) ya descritos. Notemos ahora que la interpretación extrínseca de la lectura productiva (metafórica) comienza por operar un cambio del foco de la enunciación: el enfoque pasa del atuendo guerrero de los invasores españoles a la reacción de los indígenas tallanes que los observan.40 A partir de esta modificación en el enfoque de la enunciación, se infiere la operación de actualización de los sememas. Así, hemos dicho que el semema lexicalizado del complejo sémico (A) ‘estuches de cuero’ actualiza el semema-fuente ‘fundas’ y los sememas-finales ‘laxo’ y ‘fofo’, pero también que el semema lexicalizado del complejo sémico (B), ‘cuchillos largos’ actualiza el semema-fuente ‘armas blancas’ y el semema-final ‘atiesado’, de tal manera que la relación de identidad entre ambos complejos sémicos se afirma gracias a que los sememas de (A) actualizan en (B) determinados semas específicos y, correlativamente, los sememas de (B) actualizan semas específicos distintos en (A).

En el siguiente diagrama, las flechas indican las orientaciones de las indexaciones recíprocas entre dichos semas específicos:

1665-1200-tods-37-00073-i002.jpg

Una vez descrito este requisito de indexación específica, pasemos a la indexación genérica. Nos dice el postulado metodológico de la lingüística interpretativa que a la inversa de la identidad producida al compartir los mismos semas específicos entre los complejos sémicos (A) y (B), debe producirse una incompatibilidad entre sus respectivos semas genéricos. De hecho, el complejo sémico (A) indexa el sema microgenérico //endeblez// mientras que el complejo sémico (B) indexa el sema microgenérico contrario //endurecimiento//.

Condensemos en un diagrama las indexaciones descritas hasta este momento:

1665-1200-tods-37-00073-i003.jpg

Ahora bien, desde el punto de vista de la metáfora, los sememas lexicalizados (fuente) y actualizados (finales) constituyen el foro (término comparante), mientras que los complejos sémicos, correspondientes a la incidencia metafórica propiamente dicha, constituyen el tema (término comparado) que aquí, al hallarse inhibido (in absentia), sus complejos sémicos no han sido lexicalizados. En efecto, los semas específicos correspondientes a la interpretación explícita de la lectura productiva (metafórica) resultan de un sobreentendido no-codificado en el texto mismo. Son los siguientes:

1665-1200-tods-37-00073-i004.jpg

Si predisponemos enseguida los semas mesogenéricos y macrogenéricos respectivos en la organización clasemática dentro de los parámetros diferenciadores de la lingüística interpretativa, obtendremos el siguiente esquema que los compendia a todos:

1665-1200-tods-37-00073-i005.jpg ·

Queda por indicar las indexaciones isotópicas a que da lugar esta organización semántica. He aquí un segundo esquema que igualmente representa, de modo resumido, dichas indexaciones :

1665-1200-tods-37-00073-i006.jpg ··

Como en todo proceso de metaforización, aquí se da la siguiente proporción entre las isotopías resultantes de la interpretación intríseca y de la interpretación extríseca:

  • //vida// : //muerte// :: //apatía// : //cópula//

Semejante proporción puede ser aprovechada por un poeta falto de inspiración o un crítico literario afín a este género de historiadores, por ejemplo, empleando en una de sus inefables versificaciones la vetusta comparación metafórica:

la vida envuelve la muerte

como la vaina la espada.

En lo que nos compete, notemos que la lectura semántica del enunciado “esto hacía sonreír maliciosamente a los tallanes e intrigaba mucho a sus mujeres” demuestra la ideologización histórica que, según Greimas, impide la constitución de un discurso histórico científico, gracias a la metaforización y sublimación lasciva —imaginada mas no documentada por el extravagante enunciador-historiador— del arma blanca más mortífera empleada en las masacres de la guerra de conquista andina: la espada.

Agradecimientos

Agradecemos a Dominique Bertolotti la traducción del resumen al francés.

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Notes

[*] Cahiers Ferdinand de Saussure, núm. 12, p. 59 [énfasis del original].

[**] « Présentation » à Faire de l’histoire : Nouveaux problèmes, bajo la dirección de Jacques Le Goff y Pierre Nora, París, Gallimard, 1974, p. xiii.

[***] Algirdas Julien Greimas « Sur l’histoire événementielle et l’histoire fondamentale ». Sémiotique et sciences sociales, París, Éditions du Seuil, 1976, p. 169.

[1] Cfr. E. Ballón Aguirre, El Pizarro de Beethoven. Alegorías artísticas de un emblema histórico peruano, Lima, Epojé, 2014, p. 16, nota 4.

[2] Cfr. A. Hénault, Histoire de la sémiotique, París, PUF, 1992, p. 109.

[3] Las implicancias semióticas del pensamiento de H. White han sido resumidas en su libro The Content of the Form (especialmente en el capítulo “The Context in the Text: Method and Ideology in Intellectual History”), Baltimore & Londres, The Johns Hopkins University Press, 1987; cfr. E. A. Clark, History, Theory, Text. Historians and the Linguistic Turn, Cambridge, Massachussetts & Londres, Harvard University Press, 2004. Cfr. E. Ballón Aguirre, op. cit. pp. 36-37, nota 53, pp. 141-144.

[4] Esta teoría comprende la siguiente tipología: 1. Tipo operatorio: el discurso en busca de certezas científicas; 2. Tipo fundador: interrogantes sobre el sentido mismo de la investigación; 3. Tipo veridictorio: discurso de interpretación; cfr. A. J. Greimas y E. Landowski, « Introduction-Les parcours du savoir », Introduction à l’analyse du discours en sciences sociales, París, Hachette, 1979, pp. 9 y 16.

[5] Luego de P. Ricœur, tenemos hoy a F. Rastier, Saussure: de ahora en adelante, México, Paidós, 2016 [traducción española de E. Ballón Aguirre] e “Interpretative semantics”. En Nick Riemer (ed.) The Routledge Handbook of Semantics, Londres y Nueva York, Routledge, 2016, pp. 491-506.

[6] Cabe hacer esta advertencia debido a que el crítico literario de filiación neonazi H.-R. Jauss hizo una interpretación no sólo equivocada sino aviesa de la “narratología hipertrofiada” que atribuye al semiótico lituano (Cfr. su artículo « Expérience historique et fiction ». En G. Gadoffre (dir.) Certitudes et incertitudes de l’histoire, París, PUF, 1987, p. 128); lectura tan anómala y distorsionada que no ha merecido refutación alguna. El paradigma epistemológico greimasiano es hoy igualmente malinterpretado por los incontables aficionados nescientes que no siendo lingüistas o semióticos de formación, hacen “profesión” del autodidactismo más incompetente. Cfr. E. Ballón Aguirre, “Semiolingüística colonial andina y crítica literaria (a propósito del discurso autodidacto)”, Revista Andina, núm. 43, 2006, pp. 161-194.

[7] A. J. Greimas y E. Landowski, op. cit., p. 5.

[8] « Structure et histoire ». Du Sens. Essais sémiotiques, París, Éditions du Seuil, 1970, pp. 103-115. « Sur l’histoire événementielle et l’histoire fondamentale », Sémiotique et sciences sociales, París, Éditions du Seuil, 1976, pp. 161-174. Las citas siguientes se remiten a estos textos.

[9] A. J. Greimas, « Structure et histoire ». Du Sens. Essais sémiotiques, París, Éditions du Seuil, 1970, p. 109.

[10] Ibid., p. 103.

[11] A diferencia del artículo estructura de A. J. Greimas y J. Courtés, Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje, Madrid, Gredos, 1982, pp. 157-163, en este texto Greimas define ese término como “la construcción de un modelo metalingüístico, probado en su coherencia interna y capaz de dar cuenta del funcionamiento, al interior de la manifestación, del lenguaje que se propone describir” (p. 107).

[12] Ibid., p. 104.

[13] Para el semiótico “el discurso no es una articulación de estructuras sucesivas, sino la redundancia de una sola estructura jerárquica que es el enunciado”. Loc. cit.

[14] Greimas indica que “la descripción semiótica de la significación es, en consecuencia, la construcción de un lenguaje artificial adecuado”. En « Structure et histoire », op. cit., 1970, p. 14.

[15] Loc. cit.

[16] Ibid., p. 105.

[17] Desde esta perspectiva, la periodización histórica corriente es vista como un enmarañamiento de manifestaciones discursivas que dependen de distintas estructuras históricas.

[18] « Structure et histoire » fue publicado originalmente en Temps modernes, núm. 246 de noviembre de 1966 y el segundo volumen de la edición crítica del Cours de linguistique générale que contiene el concepto de Saussure sobre la pancronía, sólo fue publicado en 1974. Cfr. Ferdinand de Saussure, Cours de linguistique générale, Édition critique por Rudolf Engler, Wiesbaden, Harrassowitz, 1974.

[19] Hoy, luego de la publicación de los Écrits de linguistique générale de F. de Saussure, Simon Bouquet y R. Engler (ed.), París, Gallimard, 2002, y de la primacía de la lengua sobre el lenguaje en el estudio textualista, es preferible hablar de “estado de lengua” (en una sociedad monolingüe) o “estado de lenguas” (en una sociedad plurilingüe). Cfr. E. Ballón Aguirre, La producción literaria mesoamericana y andina colonial, México, UNAM [en prensa], §3.2 y 3.2.1.

[20] Cfr. A. J. Greimas, op. cit., 1970, pp. 16-17.

[21] A. J. Greimas y J. Courtés conciben la palabra modelo como un simulacro abstracto de nociones homogéneas construido que permite representar un conjunto de fenómenos sistematizados y que se considera capaz de describir, analizar y explicar cierto conjunto dado de hechos. Cfr. 1982, pp. 264-265.

[22] Sin haber consultado el primer estudio de A. J. Greimas que precede a éste, J. Lozano en El discurso histórico, 3ª. ed., Madrid, Ediciones Sequitur, 2015, p. 198, hace una breve mención de este segundo trabajo sin sacar las debidas consecuencias teóricas y metodológicas.

[23] Traducimos el fr. evenimentielle por eveniral, adjetivación neológica a partir de evenir, término español poco usual pero académicamente definido como “del suceder o acontecer” (DRAE, DUE). J. Corominas y J. Pascual (Diccionario etimológico castellano e hispánico, Madrid, Gredos, 1983) consignan como parasinónimos de evenir, ‘acaecer’ y ‘evento’ e indican que también provienen del lat. eventus las palabras españolas eventual y eventualidad.

[24] Sobre la taxonomía gramatical y léxica de una lengua y una diglosia lingüística, véase R. Cerrón-Palomino y E. Ballón Aguirre, Chipaya. Léxico y etnotaxonomía, Lima, Radboud Universiteit Nijmegen–Fondo Editorial de la PUC, 2011.

[25] Cfr. E. Ballón Aguirre, op. cit., 2014, pp. 258-324.

[26] Bástenos con recordar La semiótica del texto: ejercicios prácticos. Análisis de un cuento de Maupassant. Barcelona–Buenos Aires, Paidós, 1983; “Descripción y narratividad a propósito de La cuerda de Guy de Maupassant”, en Del sentido II. Ensayos semióticos, Madrid, Editorial Gredos, 1989, pp. 155-177; Des dieux et des hommes–Études de mythologie lithuanienne, París, PUF, 1970.

[27] “La teoría semiótica se ha enriquecido y complejizado poco a poco, en una extensa medida bajo el impulso y el control de la práctica analítica”. A. J. Greimas y E. Landowski, loc. cit., p. 6.

[28] J.-C. Giroud, « Apologie pour l’histoire. Analyse d’un article de Lucien Febvre », en A. J. Greimas y E. Landowski, op. cit., pp. 129-139. Como indica el título de Giroud, la reseña de Febvre es sobre la obra de Bloch Apologie por l’Histoire ou Métier d’Historien, París, Armand Colin, 1993, traducida de la primera versión como Introducción a la historia, México, FCE, 1984.

[29] « Narrativité et discursivité », Actes sémiotiques, VI, núm. 59, 1984.

[30] Cfr. supra nota 18; son las secciones “3. Estrategias de veridicción” y “4. Estrategias de credibilidad”, op. cit., 2015, pp. 248-266.

[31] Se trata de “La conquista de España por Roma” de P. Bosch y P. Aguado incluido en R. Menéndez y Pidal, Historia de España II, Madrid, Espasa Calpe, 1935, p. 211, cuyo epígrafe dice: “Sertorio en Lusitania. La cierva blanca”; la reproducción de este texto en el libro de J. Lozano (2015) se halla en las pp. 257-258.

[32] Cfr. el artículo definitorio creer. En A. J. Greimas y J. Courtés, op. cit., 1982, p. 95.

[33] Ahora es el “curioso libro” de Félix José Reinoso Ecsamen de los delitos de infidelidad a la Patria, Madrid, Oficina del Establecimiento Central, 1982 [no se cita la paginación de los dos pasajes puestos de ejemplo].

[34] Lozano cita de A. J. Greimas Du sens II. Essais sémiotiques, París, Seuil, 1983, pero traduce erróneamente al español los términos categoriales de las modalidades epistémicas: así, opta por rechazar, certeza e incerteza [sic] en lugar de los términos correctamente traducidos por E. Diamante negar, certidumbre e incertidumbre, respectivamente, en Del sentido II. Ensayos semióticos, Madrid, Gredos, 1989, pp. 138-139.

[35] Véase especialmente F. Rastier Sémantique interprétative, París, Presses Universitaires de France, 1987 [Versión castellana: Semántica interpretativa, México, Siglo XXI, 2005]; L. Hébert Introduction à la sémantique des textes, París, Honoré Champion, 2001; L. Hébert, L. y G. Dumont Morin Dictionnaire de sémiotique générale, Rimousqui, Université de Rimousqui [Versión en línea del 21 de junio de 2012].

[36] Cfr. E. Ballón Aguirre, op. cit., 2014, pp. 800-863.

[37] Loc. cit.

[38] Ibid., pp. 830-835.

[39] Francisco Pizarro: el marqués gobernador, Lima, Librería Studium Editores, 1978, p. 91.

[40] A modo de comparación, R. Barthes nos recuerda que en la China antigua, “la trenza era el signo del falo de los invasores y dominadores manchúes”, en Sarrasine de Balzac. Séminaire à l’École Pratique des Hautes Études (1967-1968 et 1968-1969), París, Seuil, 2011, p. 507.

[41] El Diccionario de Uso del Español de María Moliner, Madrid, Gredos, vol. II, 2001, p. 1135, define subintración como “acción de subintrar” y subintrar: “entrar en un sitio tras otro o en lugar de otro”.

[42] Propiamente hablando, la apatía es la afanisis (gr. άφάνισις, desaparición, acto de hacer desaparecer), es decir, la inapetencia sexual o pérdida de la capacidad del goce sexual; cfr. J. Laplanche, J-B Pontalis Vocabulaire de la psychanalyse, París, Presses Universitaires de France, 1998, pp. 31-32.