Reseñas

 

Víctor Alejandro Ruiz Ramírez

 

Benveniste, Émile. Dérnières Leçons. Collège de France 1968 et 1969. Coquet, Jean-Claude; Fenoglio, Irène. Prefacio de Julia Kristeva, posfacio de Tzvetan Todorov, Paris: EHESS, Gallimard, Seuil, 2012. 215 pp.

Relectura crítica

Benveniste siempre interroga al lenguaje desde el punto de vista del sentido.

Roland Barthes

 

Aunque publicadas en 2012, las últimas lecciones de Émile Benveniste proponen innovaciones para el actual panorama, no ya de la perspectiva que sobre la obra de este eminente autor se tiene sino, ante todo, de la disciplina semiótica que se ha desarrollado en las últimas décadas. Dérnières Leçons reúne las notas de los cursos impartidos por Benveniste en el Collège de France entre diciembre de 1968 y diciembre de 1969. Estos cursos abordan dos grandes problemáticas, a saber, la organización de los sistemas significantes y la influencia de la escritura en la teoría lingüística. La primera parte reúne las notas de siete lecciones como primer capítulo intitulado Semiología. La segunda, conjunta los papeles de ocho lecciones en torno a la relación Lengua y escritura, como se titula este capítulo. Además, comprende un tercer capítulo que sólo contiene una lección, la última, donde se aborda cómo estudiar la significación en relación con el sentido y desde el sistema de la lengua. Adicionalmente, se encuentra una presentación de Jean-Claude Coquet e Irène Fenoglio , los editores de este libro, seguido de un prefacio crítico por parte deJulia Kristeva , así como de un posfacio de Tzvetan Todorov . Por último, el volumen contiene dos anexos, uno correspondiente al borrador de lo que pretendía ser una “Bio-bibliografía de Émile Benveniste ” a cargo de Georges Redard y el otro a “Los papeles de Émile Benveniste ” reseñados por Émile Brunet. El recorrido de esta relectura crítica se orienta por la duda que en la teoría benvenisteana se lanza desde el sentido hacia el lenguaje.

Lecciones

Semiología

En el primer capítulo Benveniste comienza por exponer la noción de lingüística general; lejos de abordar toda clase de problemas, plantea específicamente la pregunta sobre sí misma como disciplina, de modo tal que ninguna rama de la lingüística prescindiría de esta pregunta de carácter general. Entonces, la generalidad descansa en el cuestionamiento por las condiciones de posibilidad, a saber, “sobre su definición, sobre su objeto, sobre su estado y sus procedimientos”.1 Hablar de lingüística implica abordar de modo ineludible la lengua aceptando su naturaleza significante, dotada siempre de significación. Por esto mismo, cualquier inquietud por la lengua desemboca en una indagación por la articulación del sentido.

“Vivimos en un universo de signos”.2 La experiencia humana se conforma en la relación entre signos, por lo tanto la cosmovisión resulta significante, la vivencia del lenguaje conlleva la de la significación. La propuesta de Benveniste radica en que esta vivencia es un proceso al que subyace un sistema. La semiología explora la organización sistemática de los signos, indicando la inmersión en la que nos hallamos porque empleamos estos sistemas “sin tener consciencia de ellos y a cada instante”.3 Se trata de un dominio del que no se puede dar cuenta sin estar en él, donde todo significa y todo tiene sentido. La reminiscencia a la fenomenología de la percepción resulta inevitable debido a que no hay nada en la vida humana, en el universo de los signos, que no posea sentido.

Para el proyecto de una ciencia que aborde la multiplicidad de manifestaciones del sentido como sistemas de significación, resulta menester deslindar posturas sobre tal propuesta. Benveniste reconoce que entre finales del siglo XIX y principios del XX, se encuentran dos insoslayables antecedentes de este afán de organización del sentido, las obras —cada una independiente de la otra— provenientes de Charles Sanders Peirce y de Ferdinand de Saussure, respectivamente. Revisando ambas, Benveniste reconoce más conveniente la de Saussure y se deslinda de la de Peirce por varias razones. En principio, por la gran amplitud de su objeto, ya que se busca explicar toda la vida mental mediante “un álgebra universal de relaciones” de tres tipos que comienza por considerar el fenómeno en su cualidad misma (primeridad), en su relación con otro objeto (segundidad), y en la regularidad de su manifestación (terceridad). Como observa Benveniste, la clasificación de Peirce “define diez tricotomías y sesenta y seis clases de signos”.4 Sin continuar con la explicación contenida en la “Segunda lección”, se concluye que una ciencia de los procesos de significación se deslinda de la propuesta del signo triádico por tres motivos. El primero es que no se sabe cómo se llega a los principios que fundan las clasificaciones. El segundo, todo tipo de objetos se vuelve signos. El tercero, se requiere de un trabajo aparte para profundizar en el pensamiento de Peirce. Así, el deslinde radica en que tal teoría del signo no propicia las condiciones para sistematizar las manifestaciones del sentido porque no da cuenta del principio interno mediante el cual los signos se agrupan formando sistemas; al respecto, Peirce —según Benveniste— sólo explica la estructura lógica por la cual es posible clasificar los signos. Benveniste señala que la condición para el funcionamiento de la significación subyace en su integración dentro de “un solo sistema sobre un dominio definido”.5 Por el contrario, la propuesta peirceana del signo no delimita los confines en los que se organizaría el sentido, es decir, no aclara un dominio definido para la significación. Además, con Peirce no se tiene la certeza de dónde se sitúa el signo: ¿en la naturaleza, o en la mente y el universo?; por el contrario, con Saussure se sabe que el signo se aloja en el seno de la vida social y es ahí donde se lo estudia.

En cambio, la pertinencia de la teoría saussureana del signo respecto al proyecto de ciencia de los sistemas de significación descansa en la distinción entre lengua y habla. En principio, para Saussure el signo es una noción social e individual mientras que en Peirce resulta universal. Ahora, el estudio de la lengua conlleva reflexionar sobre la descripción, las leyes y la naturaleza de su objeto, por lo tanto se crean distinciones entre lengua y lenguaje, lengua y habla, lengua y escritura, concibiendo la lengua como la organización sistemática de los signos lingüísticos. Tal concepción permite que, en tanto sistema, la lengua se integre con otros sistemas tales como la escritura, los ritos y el lenguaje de sordomudos, entre muchos tantos, pero siendo el sistema de mayor importancia. Nos preguntamos: ¿cómo se le da esta relevancia a la lengua? Benveniste cita el Cours donde se consigna lo antes dicho, que “ella [la lengua] es solamente el más importante de estos sistemas”. Entonces la lingüística se desarrolla dentro de la semiología, reconocida por primera vez como ciencia que nos hará conocer el status del signo. Pero la lengua se encuentra en el centro de esta semiología general, advierte Benveniste, gracias a que se trata a la vez de un sistema hecho de signos y productor de signos; el sistema que compone la lengua crea nuevos sistemas que la lengua se encarga de interpretar; de todo lo anterior se comprende la importancia de la lengua entre los sistemas. Si los signos hacen sistema se debe a un principio interno y no a la lógica de su estructura, dice Benveniste. Sin embargo, cabe plantearse la pregunta sobre dicho principio interno; cuestión que Saussure no pronuncia pero que se abre ante la suposición de la existencia de esa ciencia futura, la semiología.

Así, la posibilidad de que los signos se conjunten de modo sistemático responde a tal principio, lo cual propicia que todo sistema semiológico sea relación, justamente cumpliendo la condición del sistema, a saber, conjuntarse no por la suma de sus partes sino por el modo de relación entre ellas, y éste entre marca la interdependencia de las unidades mínimas; pero la diferencia es la condición sobre la que descansa la relación, de la que surge la negatividad de la lengua. Lo que distingue a un signo equivale a lo que lo constituye. El sistema existe no significándose a sí mismo sino significando otro; los conjuntos significantes funcionan significando a otros sistemas; la lengua, además de esta función también se significa; es decir, puede dar cuenta de sí misma como sistema de significación. La relación con la cosa representada por los sistemas semiológicos es una relación completamente arbitraria. Los sistemas semiológicos cumplen a su vez con la condición de la apertura y, según Benveniste, se relacionan por generación, esto implica un sistema generador y un sistema generado; por lo tanto, los sistemas semiológicos pueden generar uno o distintos sistemas semiológicos. La lengua, como sistema engendrador, hereda a los sistemas engendrados, los llamados lenguajes artificiales, su sistematicidad donde un número finito de elementos posibilita combinaciones potencialmente infinitas, haciendo de lo más simple lo más complejo, como el ejemplo de Benveniste del lenguaje binario leibniziano usado para actividades de un gran desarrollo como las requeridas para el cálculo.

Una relación emergente e imprevista por Saussure se introduce “en el análisis descriptivo y comparativo de los sistemas semiológicos”; se trata de la interpretación que determina, en palabras de Benveniste, “si el sistema semiológico considerado puede interpretarse por él mismo o si debe recibir su interpretación de algún otro sistema semiológico”.6 Se acota que a diferencia de los otros sistemas semiológicos, la lengua —junto con la música y las artes visuales— posee la capacidad de interpretarse a sí misma y de interpretar a los demás. Entre dichos sistemas y la lengua se da una relación de engendramiento: habrá casos de reversibilidad, como entre la lengua y la escritura; y de no reversibilidad, como entre la lengua y la sociedad. Entre estos últimos, la relación es semiológica y no genética, es decir, una relación de interpretante a interpretado. El sistema interpretante resulta continente mientras que el interpretado, contenido. Dentro de esta relación, los cambios sufridos por el contenido no afectan al continente y el contenido se desarrolla como sistema gracias a las articulaciones dadas por el continente. Al respecto, Benveniste reconoce dos propiedades de constitución íntima de la lengua: la constitutiva y la distintiva; en la primera se afirma que “la lengua está formada de unidades significantes”,7 mientras que en la segunda “la lengua puede abordar sus unidades significantes de una manera significante”8 y es por este carácter que hace, frente a todos los sistemas, “el rol de interpretante semiológico, es decir, de modelo que sirve para definir los términos y sus relaciones”.9 Benveniste entonces se pregunta por el criterio con el que se relacionan los sistemas semiológicos; no obstante, observa que los sistemas, tanto de la música como de la imagen, “no pueden admitir plenamente algún otro sistema como interpretante”.10

El que la lengua se describa en sus propios términos y sea capaz de tomarse a sí misma como objeto es la principal diferencia que Benveniste encuentra respecto a otros sistemas semiológicos. En este punto se presenta una distinción básica entre sistemas dependientes y autónomos, los primeros requieren un interpretante; los segundos se autocontienen. Como en la relación de generación, en ésta se establece una jerarquía, e incluso se podría suponer que un sistema continente es autónomo y que, en cambio, un sistema contenido resulta dependiente. A causa de la relación por dependencia entre un sistema continente —como la lengua— y un sistema contenido —como la escritura— podría darse el principio de reversibilidad, siempre y cuando el primero genere el segundo. Por el contrario, entre dos sistemas autónomos no hay reversibilidad. A propósito, la noción de significancia resulta crucial para esta ciencia de los conjuntos significantes. En principio, esta noción remite a la relación entre sistemas, el ejemplo es el de la escritura: “un sistema que utiliza la mano, que deja un trazo escrito, representa la lengua”.11 Más adelante, la significancia se presenta bajo sus dos modalidades.

Los dos modos de significancia es la propiedad que distingue la lengua entre los sistemas semiológicos. El primer modo corresponde a la relación entre significado y significante, mientras que el segundo concierne al funcionamiento en conjunto de las unidades de base.

Lengua y escritura

¿Cómo se desempeña el sistema de la escritura en la interpretación de los sistemas? y ¿Qué rol ha jugado en la integración y generación de los conjuntos significantes? Antes de plantearse estas cuestiones que resultan en la innovadora propuesta sobre la concepción de la escritura, Benveniste remarca la presencia de la escritura y su necesaria implicación, la lectura, en la cultura. Así, las civilizaciones, como la nuestra, en las que la escritura ha tenido un desarrollo total, no se puede pensar la lengua sin visualizarla en la letra. Por tal razón, en las siguientes lecciones se busca el lazo primordial entre la lengua y el sistema escrito para proveer respuestas sobre cómo la escritura no sólo ha permeado la lengua sino el pensamiento y la experiencia humana en general.

Por principio de cuentas y como siempre, Benveniste vuelve a su fuente primigenia, Ferdinand de Saussure, para discutir nuevamente con él. Sabido es que en el Cours la escritura es excluida del estudio de la lengua, pero no por una razón platónica en la que la letra copia al habla, sino porque se trata de dos sistemas que aunque confluentes son distintos. Al respecto, la reminiscencia saussureana de la escritura griega es cuestionada por Benveniste, quien propone diferenciar la escritura de la lengua escrita. Precisamente, Saussure trata la lengua en su forma escrita y no la escritura, pues la indistinción en la confluencia de ambos sistemas conlleva ciertos peligros en el estudio de la lengua. A diferencia de Saussure, Benveniste propone estudiar la lengua como sistema semiológico y, por lo tanto, sugiere deslindarse de la lengua escrita representada visualmente. Este deslinde comienza por considerar, en principio, el alto grado de abstracción de la escritura, ya que “se abstrae el aspecto sonoro —fónico— del lenguaje con toda su gama de entonación, de expresión, de modulación”.12 Una de las consecuencias de postular la escritura en sí consiste en mirar “una relación reversible biunívoca entre dos términos y dos solamente: grafía y sonido”.13 La segunda abstracción se realiza sobre lo que Benveniste denomina “el ejercicio de la palabra” y consiste en que el hablante, convirtiéndose en lector, conciba que en la escritura las circunstancias “contextuales”, situacionales del diálogo se excluyen sin que se deje de compartir una lengua con el otro al que se destina el escrito; en esta abstracción ya no se sabe quién habla ni quién escucha. Otro grado de abstracción, que podría ser el tercero, transfiere el habla al pensamiento, se hace pensar la lengua y percatarse del pensamiento mismo: “De la palabra al dibujo de la palabra, un salto inmenso se ha cumplido, del habla a la imagen simbólica del habla”.14 Siguiendo la argumentación de Benveniste, se infiere que este salto se logra a partir de considerar que la escritura hace la transposición no del habla o del “lenguaje en acción” sino del “lenguaje interior” o la lengua que ha sido memorizada. Entonces, el mecanismo con el que se convierte la lengua en escritura se asimila mediante el acceso a la conciencia de este lenguaje interior que Benveniste caracteriza como global, esquemático, no gramatical y no construido sino alusivo. En Saussure, la lengua terminaba subordinando la escritura, pero la suposición benvenisteana de la trasposición de un lenguaje interior conlleva postular un paralelismo entre ambos, de modo que la representación icónica15 de la escritura se desarrolla paralelamente a la representación lingüística. La consecuencia de tal paralelismo resulta en una relación más global entre pensamiento e icono que literal.

Prescindir de la relación entre lengua, escritura y representación permite estudiar la escritura en su adquisición, en su historicidad y en su variedad. Si bien históricamente la escritura presenta diferencias sistemáticas, la constante recae en el uso memorístico, como si la escritura fuera una extensión tecnológica de las mnemotecnias, porque “La memoria es una condición esencial. Es necesario recordar nombres propios, genealogías, cuentas, inventarios... Hay un momento cuando las tradiciones corren el riesgo de perderse, cuando un catálogo necesita ser establecido”.16 Por lo tanto, la primera novedad instaurada por Benveniste en el estudio de la escritura radica en que ésta se desarrolla a la par del lenguaje interior al cual se accede en su toma de conciencia propiciada por el desarrollo de las técnicas de memorización; entonces la escritura no se genera en la lengua como sistema del habla sino en la lengua conservada por la mnemotecnia. Ese lenguaje es interior porque habita en la memoria.

Pensando en la pictografía, el dibujo de una escena o de un animal representa gráficamente la realidad observada y no la lengua, porque en esta manifestación “la lengua no existe como 'signo'. La lengua es ella misma creación. Se puede entonces decir que la 'escritura' comienza por ser 'signo de la realidad' o de la 'idea', que es paralela a la lengua, pero no su calco”.17 La representación gráfica se vuelve sistema semiológico en la articulación del sentido, en hacer significante la realidad, al suponer dos sistemas semiológicos mediante la interpretación que siempre instaura la posición de un interpretante respecto un interpretado. En el pictograma la representación gráfica significa un acontecimiento no lingüístico, volviéndolo perceptivo, particularmente visual. Benveniste apunta que en este caso la representación gráfica significa el referente, mas no la lengua. La realidad se vuelve sistema semiológico en el referente, es decir, el referente es la forma de existencia semiótica de la realidad. Que el ser humano “comience siempre por representar gráficamente el objeto del discurso o del pensamiento, es decir, el referente”,18 propone un cuestionamiento al lenguaje desde el sentido porque se evidencia un proceso de significación en el que no participa ni la lengua ni el habla y en el que se instauran sistemas semiológicos. La escritura forma parte de esas semióticas interpretantes pero ¿acaso puede dar cuenta de su propia organización como lo hace la lengua? Eso se logra cuando la representación gráfica toma por modelo la lengua y en esa confluencia cumple más que una función individual en la memoria del portador del mensaje, porque hace que el otro al que se la destina también pueda comprenderla sin la figura del mensajero y, más aún, como forma lingüística; he ahí que la representación gráfica se vuelva social, porque se instaura en la intersubjetividad y deviene escritura. En la representación gráfica puede haber interpretación pero no traducción, es global pero no analítica. La segunda novedad de Benveniste sobre el estudio de la escritura muestra que la lengua logra interpretarse a sí misma gracias a que la escritura se vuelve lingüística.

Benveniste expone que en lenguas como la china, la sumeria o la egipcia —incluso la micénica—, una vez que se fija la escritura ésta no cambia más. Al contrario, la escritura griega ha ido adaptándose a diversas lenguas a lo largo de la historia. Benveniste distingue dos sistemas de escrituras: aquéllos donde “la unidad gráfica es idéntica a la unidad del signo: cada signo gráfico coincide con un signo de la lengua”19 —siendo la unidad gráfica la palabra y el ejemplo la escritura china—y aquéllos otros en los que “la unidad gráfica es inferior a la unidad lingüística”. Los sistemas actuales ilustran tal inferioridad —la letra es inferior a la palabra— y gracias a ella se descompone la unidad de la lengua, con lo que se la logra concebir como forma e independiente del objeto de su comunicación. Al respecto, “la escritura revela una semiótica de la lengua”20 a través de la descomposición silábica en vocales y consonantes, lo que permite reconstituir las relaciones gramaticales. Históricamente la adaptación de la escritura fenicia a la lengua griega llevó consigo la inclusión de las vocales en la escritura silábica fenicia donde sólo figuraban las consonantes. La escritura griega representa el enunciado. De modo tal que la escritura, como sistema semiológico generado lingüísticamente, ha descargado a la lengua de su utilización para permitirle reconocer su propia organización, ejecutando lo que Benveniste llama autosemiotización.

Por autosemiotización de la lengua se entiende que “el hablante se detiene sobre la lengua en lugar de permanecer sobre las cosas enunciadas; toma en consideración considerar la lengua y la encuentra significante”.21 En particular, la escritura alfabética funge como la condición de posibilidad para que la lengua se autosemiotice debido a que la escritura puede lograr la objetivación formal de la propiedad metalingüística de la lengua. Durante la explicación del principio fundamental de la escritura, Benveniste menciona por vez primera la dualidad de lo semiótico y lo semántico, poniendo énfasis en que no se puede pasar éste sin transitar aquél. Lo semiótico y lo semántico se presentan como dos modalidades del sentido en las que lo semiótico indica la pertenencia del fenómeno a un sistema semiológico específico, mientras que lo semántico a sus posibles referentes; tal dualidad hace que el fenómeno sea semiótico, que se lo aprenda como signo que conlleva procesos de significación. Si la lengua enuncia y ordena en su enunciación todo comportamiento social, entonces la lengua semiotiza la experiencia humana. A su vez, la lengua posee la capacidad de autosemiotizarse, de enunciarse y ordenarse en su enunciación, de referirse a sí misma. En la confluencia de la lengua y la escritura se da la posibilidad de poner entre paréntesis las funciones instrumental y representativa en las que se iconiza la realidad como referente; la suspensión parcial de tales funciones posibilita volver a la lengua misma mediante la propia lengua. La vivencia del lenguaje conlleva una condición vicaria de interpretar con la lengua los demás sistemas, de semiotizar la realidad al referirla mediante la iconización, y de que ese sistema interpretante refiera en sí mismo su propia organización.

Benveniste reconoce que la lingüística ha concedido observar que la propiedad metalingüística se desarrolla en la relación entre lo gráfico y lo fónico. Sin embargo, esta relación ha sido planteada de manera muy dispar en tiempos anteriores a los de la ciencia de la lengua. El primer antecedente citado es el diálogo platónico Filebo o del placer; en él se discurre que el análisis del lenguaje es de orden de lo divino, y se mantiene en las dicotomías de la unidad y lo múltiple, lo finito y lo infinito, lo limitado y lo ilimitado, todo lo cual remite a la noción de sistema donde las combinaciones potencialmente infinitas se derivan de un número reducido de elementos.

Con el afán de analizar su funcionamiento, en estas lecciones se ha estudiado la escritura desde dos perspectivas: la de su fenomenicidad y la de la lengua; pero Benveniste propone en la lección decimocuarta abordar dos posturas alternas: la de su operación y la de su denominación. Entre ambas se trabaja una implicación recíproca, articulándose su relación de modo intencional. Benveniste observa que “hay aquí un proceso lingüístico: cómo una lengua denomina el acto que le da expresión escrita”.22 La denominación de su operación hace distinguir la designación de la significación, porque en la primera se nombra algo exterior a la operación mientras que, en la segunda, a la operación misma; podríamos decir que en la denominación de su operación la escritura se semiotiza y expone que la significación consiste en dar cuenta de la operación misma. Mientras no se nombre la operación sólo hay designación. Enseguida Benveniste acota que si bien en la pedagogía y en la experiencia el orden de aprehensión va de la lectura a la escritura, en la “invención” la dirección se invierte. En otras palabras, escribir funda la interpretación o lectura que la lengua hace de sí misma y, por ello, provoca la revolución de las civilizaciones comparable sólo con el control del fuego. Al respecto, la historia distingue dos polos en los que las civilizaciones se han desarrollado según sus concepciones de la escritura, por un lado Mesopotamia y Egipto —de norte a sur— donde la escritura se valora como acto divino; por el otro, las culturas indoeuropeas donde se la desdeña; mientras que aquéllas son culturas cuya sociedad se organiza en torno a la figura del escriba, éstas son culturas en las que se puede prescindir de dicha figura.

Al final de sus quince lecciones, Benveniste concluye que “la lengua y la escritura significan de la misma manera”.23 La homología descansa en la reciprocidad encontrada entre el hablar de la lengua y el escribir de la escritura, entre escuchar la palabra y leer el texto. La estrategia para sostener tal resultado radica en los recursos a la lingüística comparativa donde se confrontan diversos idiomas antiguos y prototípicos en la búsqueda de esa denominación del acto de escritura, inaugural para la expresión de la interpretación semiológica, porque la escritura, al interpretar la lengua —al conllevar un mensaje lingüístico—, hace que ésta logre interpretarse a sí misma.

Última lección, últimas notas

Las quince lecciones anteriores que desembocan en esta última lección no fueron sino el preámbulo de un proyecto científico más ambicioso, a saber, “los problemas del sentido en la lengua”.24 Su primer planteamiento aparece en la exposición de los sistemas semiológicos y su primer estudio en el del sistema de la escritura. Ahora, la lección última se declara abiertamente como un franco estudio del sentido. Cierta tradición lingüística, como la proveniente de Bloomfield, había reconocido que no se poseía medio alguno por el cual abordar lingüísticamente el estudio del sentido. A propósito, Benveniste retoma su observación de las modalidades del sentido para proponer un estudio formal. Siendo congruente con el proyecto de la semiología como ciencia de los conjuntos significantes, todo sistema semiológico se organiza entre las modalidades de lo semiótico y lo semántico. Lo semiótico es “el mundo de las formas de oposición y de distinción [...] que se aplica a los inventarios cerrados [...] La distinción está en las cosas mismas”.25 En oposición se encuentra lo semántico, que remite al mundo del sentido producido por la enunciación, aquél “del querer decir que está ligado a la producción y a la enunciación de frases”.26 Como lo afirma Benveniste, “el problema del sentido es el problema de la lengua misma”. Benveniste mira las diversas y abundantes disciplinas desde la suya, la lingüística, como si se tratara de un panóptico; aprehende el mundo desde el lenguaje dándole a la vivencia el revestimiento de la significación.

Notes

[*] Sección a cargo de María Luisa Solís Zepeda.

[1] Émile Benveniste, Dérnières Leçons, p. 60. Mientras no se indique lo contrario, todas las citas provienen de esta fuente, por lo tanto, sólo se pondrá en lo sucesivo el número de página. Aunque existe una versión en español, todas las traducciones son mías. Para la traducción oficial véase: Émile Benveniste, Últimas lecciones, Collège de France, 1968 y 1969, Luciano Padilla López, trad., Buenos Aires, Siglo XXI, 2014, pp. 224.

[2] Ibid., p. 61.

[3] Loc. cit.

[4] Ibid., p. 63.

[5] Ibid., p. 73.

[6] Ibid., p. 77.

[7] Ibid., p. 79.

[8] Loc. cit.

[9] Ibid., p. 80.

[10] Ibid., p. 82.

[11] Ibid., p. 87.

[12] Ibid., p. 92.

[13] Loc. cit.

[14] Ibid., p. 94.

[15] Benveniste aclara que la expresión representación icónica permanece ajena a la noción de signo icónico en Peirce.

[16] Ibid., p. 98.

[17] Ibid., p. 98.

[18] Ibid., p. 100.

[19] Ibid., p. 107.

[20] Ibid., p. 109.

[21] Ibid., p. 113.

[22] Ibid., p. 121.

[23] Ibid., p. 127.

[24] Ibid., p. 139.

[25] Ibid., p. 144.

[26] Ibid., p. 146.

 

Blanca Alberta Rodríguez

 

Louis Hébert, L'Analyse des textes littéraires. Une méthodologie complète. Paris: Classiques Garnier, 2014, 346 pp.

 

El más reciente libro de Louis Hébert , viene a sumarse al acervo del Fondo Greimas. Con esta obra, el autor continúa un valioso esfuerzo pedagógico por difundir las teorías semióticas, del que dan cuenta, además de títulos como Dictionnaire de sémiotique générale (2012) o Dispositifs pour l'analyse des textes et de images. Introduction à la sémiotique appliquée (2007), su labor docente en la Universidad de Quebec. Asimismo, se propone llenar un vacío didáctico en el terreno del análisis de textos, al presentar en un solo volumen tres rubros que suelen aparecer aislados: la manera de llevar a cabo un análisis (desde los principios hasta los aspectos formales), una pormenorizada lista de los aspectos susceptibles de ser analizados en un texto literario y un amplio abanico de las aproximaciones que pueden emplearse para el análisis.

La obra está dividida en cinco partes. La primera, comienza por establecer una definición de análisis y las operaciones que deben seguirse para efectuarlo. Posteriormente, delinea algunos parámetros para acotar el objeto de estudio.

La segunda parte está dedicada a tres grandes problemas. En primer lugar, a las múltiples cuestiones que pueden ser analizadas, tales como el género, la recepción, el estilo, el tiempo, la transtextualidad y la visión del mundo, entre otros tantos asuntos. En segundo lugar, a las diversas perspectivas teóricas desde las cuales es posible emprender el análisis del texto literario, desde las “tradicionales” (el formalismo ruso, la estilística o la versificación) hasta las más actuales, por ejemplo, los estudios sobre la intermedialidad, la deconstrucción o el feminismo, pasando por el marxismo, la narratología y la semiótica. El último aspecto abordado en esta parte se refiere a la constitución del corpus.

En la tercera parte, el autor da recomendaciones sobre la estructura que debe tener la exposición del análisis, en tanto género textual. Resulta útil para quien se inicia en el ejercicio de la investigación y la crítica saber cómo expresar una hipótesis, una opinión, pero sobre todo, los tipos de argumentos de los que dispone y su organización en una trama. De igual manera, no carece de interés para un universitario en ciernes, tomar en cuenta algunos lineamientos sobre nociones básicas sobre la constitución de párrafos o de citas.

La cuarta parte está dedicada a ciertas formas de análisis: la comparación y la clasificación. Para cada una de ellas, el autor hace las precisiones correspondientes y muestra sus posibilidades de despliegue. Con sincero afán didáctico, el autor, brinda al estudiante una guía para la composición de géneros particulares del ejercicio de análisis: la disertación, el proyecto de investigación y el informe.

Casi al finalizar, la quinta parte complementa los capítulos precedentes al ofrecer análisis breves y puntuales de textos literarios a modo de ejemplificaciones de la teoría expuesta anteriormente.

Por último, el libro cierra con cuatro anexos que serán provechosos para el principiante, pues contiene aclaraciones sobre el trabajo analítico y, sobre todo, formularios que ayudan a dar estructura a la exposición del análisis.

Esta obra está pensada y confeccionada como un manual para estudiantes y profesores de niveles universitarios y preuniversitarios interesados en el análisis de textos literarios. En ese sentido, constituye una valiosa herramienta pedagógica para quienes se están iniciando en el ejercicio académico. La claridad y orden de la exposición de Louis Hébert son ya un modo de predicar con el ejemplo.