Un cuerpo que escucha. La sinestesia musical en A Clockwork Orange

Resumen

Las más recientes investigaciones semióticas, que estudian temas como las pasiones, la estesia y el cuerpo, han puesto en primer plano una importante cuestión teórica que Claude Lévi-Strauss trató a fines de los años cuarenta: la eficacia simbólica. Ocupándonos, en este caso, de los presupuestos sensibles de la enunciación -y, por lo tanto, de los resultados somáticos de la comunicación-, el problema del modo en que el discurso transforma el cuerpo deviene, entre otros, perfectamente pertinente.

Para estudiar el problema de la eficacia simbólica, propongo en este artículo un primer análisis de la novela A Clockwork Orange de Anthony Burgess (1962). La peripecia es la de un vándalo llamado Alex, muchacho violentísimo y desprejuiciado que es sometido a una "cura" forzada que trata de redimirlo, constriñéndolo a no poder hacer ya más daño a los demás. Pero después de un primer momento en que esta cura parece dominar su mente, el protagonista amenaza volver al estado inicial de "ultraviolencia", a salvo pues de decidir espontáneamente crecer, madurar y constituir una familia.

Esta doble transformación sobreviene a través de dos actores fundamentales: de un lado el cuerpo de Alex, del otro, la música. El análisis de tres escenas básicas de la novela en las cuales el protagonista escucha música -la central de la "cura", la inicial en su propia casa, la final del suicidio- nos hace advertir que la recepción no pasa sólo a través de los órganos sensoriales predispuestos a la audición (oídos), sino que pone en acción el cuerpo entero. La música, directamente, penetra el cuerpo del protagonista, quien se encuentra constreñido a expelerla a través de las más extrañas maneras: con el esperma, con el vómito, en fin, con su propio cuerpo arrojado por la ventana. La idea merleaupontiana de la paradoja del cuerpo recibe así una confirmación ulterior.